García Canclini: “Los medios tienen, desde hace tiempo, ese lugar de orientadores del gusto, de la sensibilidad y del pensamiento”
El estudioso y teórico de la cultura argentino y radicado en México, Néstor García Canclini visitó recientemente la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) para recibir el Premio Universitario de Cultura 400 años y participar como conferencista inaugural del Tercer Congreso Internacional de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual.
En ese marco concedió una entrevista al programa “Los Invitados”, que produce la Prosecretaría de Comunicación Institucional de la UNC. En ella, García Canclini abordó temáticas como la espectacularización de la cultura y la ciudadanía pasible de ser construida en ese contexto. En este artículo, un extracto del diálogo entre el investigador Gustavo Blázquez y García Canclini, que podrá verse el sábado 2 de junio, a las 23.30, por Canal 10.
Pensando en el contexto latinoamericano pero también planetario, tan complejo y al mismo tiempo tan trágico, ¿contribuyen las prácticas artísticas al desarrollo sustentable de las comunidades? ¿El arte hace algo en ese sentido?
Son muchos problemas subyacentes. ¿Qué entendemos por arte y sustentabilidad? Arriesgo una definición rápida. Si entendemos por arte lo que la sociedad, o distintos grupos de ella, llaman artes, en plural, lo que algunos (los jóvenes más reconocidos o los sectores más valorados en las artes contemporáneas) consideran arte, quizás uno podría decir que la tarea de las artes, incluso modernas y no sólo contemporáneas, no ha sido fomentar la sustentabilidad sino erosionarla, perturbarla, mostrar que hay otras maneras posibles de vivir, sensibilidades diferentes. Y más bien, lo malo es que algo se vuelva demasiado sustentable. Dicho esto, hay que aclarar enseguida que desde el punto de vista social, la sustentabilidad es necesaria porque supone seguridad, preservación de la naturaleza, de las relaciones históricas, poder confiar, criar hijos, nietos, tener futuro. Entonces yo pensaría como una tensión productiva la relación de la innovación y la experimentación artística con la sustentabilidad, no como una relación de colaboración.
Cuando el arte quiere colaborar demasiado con los procesos sociales suele acabar subordinándose, hacer logotipos más que experiencias. Y creo que la tarea más valiosa de los artistas, los escritores y los músicos es producir inquietud.
¿Qué lugar tendría la espectacularización de la cultura a la que nos tienen tan acostumbrados los políticos?
El espectáculo siempre ha sido constitutivo de una parte de los procesos culturales. La misa, los rituales antiguos, eran grandes espectáculos y lo siguen siendo. Y tienen un cultivo muy fino de ese sentido de espectacularidad, convocatoria masiva, uniformar para extender. Las ciudades son uno de los hechos culturales más importantes que más nos condicionan, nos hacen vivir de una cierta manera o nos dificultan vivir si son muy congestionadas. Las ciudades son lugares plurales, abiertos, complejos y son grandes espectáculos. No son sólo los lugares de intimidad. Entonces el espectáculo en sí mismo no tiene nada de malo, es como cualquier manifestación cultural, algo que puede ser instrumentado en direcciones diferentes o que pueden servir para hacer experiencias diversas.
En el caso de lo que se ha visto más como la escena propia del espectáculo, que es la televisión, el problema no es que espectacularice sino que sólo lo haga en una dirección, que no dé claves para problematizar aquello de lo que está hablando y la manera de contarlo.
¿Piensa que la espectacularización de la cultura –entendida como el gran show que necesita grandes estrellas y un star system– puede invisibilizar e incluso contribuir a abortar proyectos locales de creación?
Ya lo está haciendo y nunca ha habido tanta interacción entre lo culto, lo popular y lo mediático, como en esta época en que todo se sube a la red. En YouTube encontramos los grandes shows que se hicieron ayer en Buenos Aires o en Londres y también videos más o menos caseros hechos por miles y miles de jóvenes que están viendo cómo comunican lo que acaban de improvisar. Se suben unos 65 mil videos por día. Todo está interactuando con todo.
¿Cómo repensar, cuestionarnos, replantearnos y actuar en esta tríada cultura-Estado-ciudadanía?
Habría que agregar otros componentes a esa relación. Para empezar, los medios que no suelen ser reductibles ni a cultura, ni a Estado, ni a ciudadanía. Luego las redes sociales. Estos dos últimos han redefinido lo que veníamos entendiendo. Es una situación incómoda para los intelectuales que todavía aspiramos a decir la palabra razonada y supuestamente más legítima. Desde hace tiempo ese lugar de orientadores del gusto y de la sensibilidad y el pensamiento lo tienen los medios. Pero ahora se ha centralizado mucho más en las redes. ¿Quién gobierna Facebook o Twitter? Son tan importantes que hasta se contratan empresas transnacionales para que manden su infantería –como está ocurriendo estos días en el período preelectoral en México– y les aporten tweets a los candidatos para que la masa de seguidores crezca. Entonces ahí viene otro elemento que es como la simulación, que siempre ha sido importante en todas las culturas el representar fingiendo, imaginando en sentido creativo, hoy se multiplica hasta el vértigo.
Y en ese vértigo, ¿qué queda de la ciudadanía, de esa ciudadanía que entendemos en los valores democráticos, provenientes del siglo XVIII y el siglo XIX? ¿Seguimos siendo ciudadanos?
Seguimos siéndolo si no nos limitamos a votar. Votar sigue siendo importante, pero quizás sea de las tareas menos importantes, menos influyentes. Reivindico que las elecciones son necesarias. Sin embargo, hay otros modos de hacer ciudadanía. En estos momentos, por ejemplo, en estas últimas décadas de un neoliberalismo galopante, atropellador, conozco muchos ciudadanos cuya tarea consiste en tratar de que las instituciones funcionen. Que un hospital haga lo que tiene que hacer, que una escuela enseñe actualizándose, que otros hagan cine y puedan comunicarlo. Ésas son formas de ejercer la ciudadanía. No se traducen en leyes, en reglamentos públicos, en gobierno en el sentido tradicional, ni tienen por qué llegar a ese lugar.
“Ha sido una de las redes sociales más exitosa y de más duración, pero conviene recordar sobre las redes, que algunas parecían muy explosivas y, como Second Life, se agotaron en muy pocos años.
Facebook también está perdiendo seguidores. Especialmente en el hemisferio norte, donde ha habido experiencias muy terribles con el espionaje a través de Facebook. Las empresas que vigilan a sus empleados, averiguan sus gustos y pueden despedirlos, padres que vigilan a sus hijos, o hijos a sus padres, hombres a sus mujeres o al revés. Es una red compleja de futuro difícilmente previsible, es posible que sea reemplazada por otras más atractivas, creo que ya está en competencia en algunos países con otras, Twitter por ejemplo. También porque la virtualidad, cada vez más extendida de la comunicación deslocalizada y potenciada, aparentemente al infinito, se desliza por muchas pistas. Esa dinámica es más estable, entre comillas, que la existencia de agrupamientos ocasionales que puedan tener el nombre de Facebook, Twitter u otros”.
“Es el punto culminante de una voluntad de ignorancia, de no querer asumir las nuevas formas en que se desenvuelve la propiedad intelectual en el mundo contemporáneo. Tuvimos hace unos años una conversación -que se publicó como libro- con un economista de la cultura de México, Ernesto Piedras. Como economista de la cultura, él hablaba de los efectos negativos de la piratería sobre la economía y sobre los inversores. Le contesté como antropólogo: si veo que el 80 u 85 por ciento de la población desarrolla un comportamiento y lo vive con cierta naturalidad, me tengo que preguntar por qué lo hacen y cómo se organizan para hacerlo. Y quizás el cómo me dé más respuestas que el por qué.
Me parece que estamos asistiendo es a una posibilidad de acceso mucho más rica a todos los repertorios culturales del mundo. Eso es festejable y nos hace preguntarnos por qué las cuatro grandes empresas, las majors de la música, van a tener controlado –como hacía hace 10 años– el 90 por ciento del mercado mundial. Muchos se han hecho tácitamente esta pregunta, dejaron de comprar discos y los descargan de la red. Algunas empresas, las más astutas, tratan de asociarse con los que descargan y cargan para compartir el negocio. Pero ya no pretenden llevarse 19 dólares de ganancia por cada dólar de inversión, que es lo que se necesita para producir un disco. Estamos en otra etapa. Ya han sido legitimadas formas de compartir la propiedad intelectual y más que la propiedad, los bienes comunes como Creative Commons.
Hay revistas importantes de organismos internacionales, como por ejemplo la Fundación Carolina, y recuerdo esto porque estuve en la reunión del Consejo Editorial donde hace unos cuatro años se decidió que todas las publicaciones fueran a Creative Commons y se pudieran descargar libremente sin pagar. Creo que la vieja política de estigmatizar la piratería, seguirla llamando de ese modo, sin comillas, impide pensar e impide entender los comportamientos que hoy son habituales en los jóvenes y en la mayoría de la población. Hay que pensar por qué ocurren”.
Fecha de publicación: 29 mayo, 2012