Distinguen a Sandra Díaz con la prestigiosa medalla de la Sociedad Linneana

Es la organización de historia natural más antigua del mundo. Fue premiada por sus trabajos en ecología funcional: entender cómo las características de las plantas reaccionan con el ambiente y afectan a otros seres vivos, incluidas las personas. La bióloga asegura que hay una resignificación del término “naturalista”. [03.04.2023]

Por Lucas Viano
Redacción UNCiencia
Secretaría de Ciencia y Tecnología – UNC
lucas.viano@unc.edu.ar

Sandra Díaz, investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, fue distinguida este lunes con la medalla de la Sociedad Linneana de Londres (Linnean Society), la sociedad de historia natural más antigua del mundo. Su galardón es uno de los más prestigiosos que pueden recibir botánicos, zoólogos y ecólogos.

Fue fundada en 1788 y en 1858 su auditorio escuchó por primera vez la teoría de la evolución por selección natural de Charles Darwin.

Es una de las nueve personas galardonadas en 2023 en un amplio espectro disciplinario, desde activistas y artistas botánicos hasta expertos y expertas en ecología, como la investigadora cordobesa.

Díaz es investigadora superior del Conicet y docente investigadora en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la UNC. Ha recibido importantes distinciones como ser miembro de las Academias de Ciencias de Estados Unidos y de Francia y el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2019. Ese año también fue nombrada por Nature como una de las “Diez personas que importan en la ciencia”.

“La historia natural aúna ciencias naturales, ciencias sociales, arte y mucha pasión. Ante los retos actuales, la historia natural es más relevante que nunca, hasta el punto de convertirse en indispensable. Me siento inmensamente honrada por este premio, y muy humilde, viendo la lista de premiados anteriores, que incluye a varios de mis científicos más admirados”, comentó Díaz.

La Sociedad Linneana debe su nombre a Carl Linnaeus (Carlos Linneo), naturalista sueco responsable de la actual clasificación de los seres vivos con la nomenclatura binominal en latín. Por ejemplo: Homo sapiens para seres humanos.

-El deseo de Linneo era clasificar los seres vivos para “ordenar” la naturaleza, mientras que científicas como vos buscan entender cómo funciona un ecosistema. ¿Con qué objetivo?

-La ecología, al menos la rama donde yo trabajo, es más “Humboldtiana” (por Alexander Humboldt) que “Linneana”. Enfatiza las relaciones entre organismos, entre organismos y entorno y entre organismos no humanos y humanos. La idea fundamental, como en todas las ciencias naturales, es primero y principal entender. Luego, a partir de ese entendimiento, procurar intervenir en aquellos casos donde nos parece que hay que hacerlo. En el caso de la ecología y la diversidad biológica procuramos entender cómo plantas con formas de ser muy diferentes reaccionan a las actividades humanas y cómo ofrecen diferentes beneficios y perjuicios a distintos actores sociales. Sobre esa base procuramos aportar nuestro punto de vista técnico sobre cómo manejar los ecosistemas, por ejemplo, para frenar su pérdida acelerada, o para opinar sobre si determinadas prácticas de manejo o “mejora” pueden o no funcionar.

-¿Cómo la ecología funcional está ayudando a entender los grandes problemas ambientales por los que está atravesando la humanidad y el planeta: crisis climática, pérdida de la biodiversidad y contaminación?

-Por un lado, procuramos acercar a la gente la información técnica detallada que les permita entender mejor lo importante que son los organismos no humanos para el funcionamiento de nuestra vida como personas y sociedades. No es que nos sintamos en condiciones de decirles qué hacer, pero sí podemos acercar elementos técnicos que para no especialistas no son obvios, para que las decisiones que tomen, cualquiera que estas sean, estén más informadas. Y siempre tratamos de poner nuestro aporte en un contexto más amplio. Tenemos claro que, si bien la crisis de la biodiversidad tiene que ver con lo biológico, las causas de raíz son todas sociales, económicas, culturales, políticas. Por lo tanto, toda acción para tratar de solucionarla que sólo considere lo biológico está destinada al fracaso. Si las cosas cambian o no, depende de la voluntad y de los intereses de los actores implicados. No de los argumentos científicos. Pero el tenerlos sobre la mesa ayuda a entender algunas cosas y empodera a aquellos actores que sí quieren un cambio.

-¿Desde la ecología funcional ven un plan de rescate frente a la urgencia de estos problemas?

-El “plan de rescate” es más o menos el mismo en el caso del cambio climático, del deterioro de la naturaleza, de la contaminación y de la creciente desigualdad social, porque son todos causa de la misma crisis de raíz: tiene que ver con cambiar un modelo de apropiación de la naturaleza y del otro que maximiza la ganancia inmediata de una minoría, la obsolescencia, el consumo más allá de la calidad genuina de vida, por modos mucho más basados en el bien común, el cuidado y el largo plazo para toda la naturaleza, incluyendo humanos y no humanos. Suena idealista e ideologizado, pero no hay otra forma. En realidad, basándose en todos los datos de los últimos informes internacionales, lo idealista e ideologizado es el modelo que impera ahora.

-Un término sobre el que trabajás mucho es el de “diversidad de rasgos funcionales”. ¿Podrías darnos un ejemplo sobre cómo entenderlo en un ambiente propio de Córdoba?

-Los caracteres o rasgos funcionales son todas las características anatómicas y fisiológicas de un organismo que influyen en cómo ese organismo reacciona a su ambiente y cómo afecta a otros organismos. Por ejemplo, en el caso de las plantas, podemos mencionar su tamaño, si viven una temporada o cientos de años, si tiene hojas tiernas que se caen en el invierno o duras que permanecen mucho más, el tipo de semillas, si la raíz es superficial o profunda, si la madera es dura o blanda, si los frutos se mueven con el viento o son dispersados por animales, etc. Todas estas características hacen que una planta viva mejor en determinados ambientes y no en otros. Si observamos un baldío urbano, vamos a ver que las plantas, más allá de su nombre científico, tienen una “pinta” muy diferente que las que se pueden ver en la Reserva Provincial Chancaní, la Reserva de Vaquerías, el borde de las Salinas Grandes o la Quebrada del Condorito. Y esas plantas, a su vez, influyen de modo distinto en los animales. Hay algunas mucho más apetecibles para el ganado que otras, hay algunas que ofrecen mucho más néctar a las abejas que otras. Y también ofrecen diferentes cosas, buenas y malas, a las personas.

Imagen | El regreso de los naturalistas en el siglo 21

El regreso de naturalistas en el siglo 21

-¿Existen hoy naturalistas o es un término antiguo?

-Es muy interesante la trayectoria del término “naturalista”. El significado original designa a una persona interesada en la llamada “historia natural”, o sea naturaleza en general. Iba al campo, observaba, anotaba, dibujaba y coleccionaba. El fin era describir la naturaleza, regocijarse en ella, acumular muchos casos particulares, mientras más curioso, mejor, y a partir de ellos inferir patrones muy generales. Luego vino toda una nueva tendencia de la ciencia más deductiva, más cuantitativa y experimental, más basada en modelos generales y con menos énfasis en el valor de cada dato. La figura del o la naturalista pasó a ser algo deliciosamente anticuado, un poco amateur: la señora con su vestido largo, su canasta y su cuadernito pintando flores en el campo, o el tipo con su chaqueta y calzas agitando la red de mariposas. Parece más adecuado para ilustrar un artículo de difusión que para ser tomado en serio en un artículo científico. En mi área, que alguien fuera tachado de “naturalista”, en vez de “ecólogo” o “ecóloga” era más bien despectivo. Nos olvidamos que gente fundacional como Darwin, Wallace, Humboldt, considerados los padres de la evolución y la ecología, eran básicamente naturalistas.

-Ahora la biología parece ser sólo una colección de datos.

-El advenimiento del “big data” y el acceso abierto potenciaron esa idea. Enormes masas de datos tomados por otra gente que están disponibles para cualquiera que quiera ponerse a probar una teoría biológica desde su computadora sin abandonar la comodidad de su oficina. Y cada dato es básicamente un número más, totalmente fuera de contexto. Esto ha producido grandes avances, por supuesto. Pero las ciencias taxonómicas y ecológicas se han alejado para siempre de esta imagen bucólica. Sin embargo, en los últimos tiempos hay un volver a los valores de la historia natural, porque nos estamos dando cuenta de que necesitamos más datos de campo, datos situados, de que el contexto de los organismos es realmente importante, de que el conocimiento y el uso de los organismos por parte de actores sociales es esencial, de que la ciudadanía interesada en la naturaleza puede producir grandes cantidades de información de calidad. Y nos estamos dando cuenta de que la dimensión “artística”, por así decirlo, no es “contaminación” de la ciencia, sino algo realmente muy positivo, creativo. Entonces, estamos viendo, al menos en algunos círculos de la ecología y las ciencias de la sustentabilidad una resignificación, una revalorización de la historia natural y el naturalismo como actividad.

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