Drogas de diseño vs. alcohol
La muerte de cinco jóvenes como resultado de la ingesta de drogas de diseño, en el marco de una fiesta de música electrónica realizada en la ciudad de Buenos Aires, puso nuevamente a la problemática en la agenda pública. UNCiencia consultó a distintos grupos de investigación de la Universidad Nacional de Córdoba que vienen produciendo conocimientos sobre el tema desde hace varios años.
Respecto al consumo de drogas de síntesis o diseño, Raúl Gómez, investigador de la Unidad de Estudios Epidemiológicos en Salud Mental de la Facultad de Psicología de la UNC, subraya que a contramano de distintos discursos que circulan mediáticamente, en general estos casos no encuadran dentro de lo que se considera adicción, cuya clave radica en un consumo compulsivo, regular, durante mucho tiempo y con una alta frecuencia, es decir, todos o casi todos los días.
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“El consumo de estas sustancias está muy segmentado. Afecta principalmente a clases medias, entre cuyas características culturales se encuentra el gusto por la música electrónica. Y es episódico, es decir, no es regular, tiene una muy baja frecuencia y está relacionado a una actividad recreativa. Son consumos de riesgo, son graves, pero no es lo que llamamos clásicamente una adicción”, señala.
En ese sentido, apunta que la relevancia epidemiológica del consumo de drogas de diseño es menor al de alcohol, marihuana o cocaína, por ejemplo. “El consumo de drogas de diseño es grave porque están sumergidas en un mercado negro, no existe ningún control sobre ellas y muere gente, pero afecta a un segmento pequeño en relación al conjunto de la población”, completa.
En este sentido, todos los investigadores coinciden en que el principal problema lo constituye el alcohol. En 2015, un reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indicaba que cada año el consumo etílico nocivo ocasiona 3,3 millones de muertes en todo el mundo, lo que significa un 5,9% de todas las defunciones.
“Los informes de la OMS señalan que las muertes y daños como consecuencia del uso y abuso de alcohol son mayores a los producidos por todas las drogas ilegales juntas. Y los resultados de nuestros trabajos indican claramente que en Argentina el consumo de alcohol está muy por encima del resto de las sustancias”, sintetiza Angelina Pilatti, miembro del Laboratorio de Psicología y del Centro de Investigación de la Facultad de Psicología, grupo vinculado al Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS-UNC-Conicet), con numerosos trabajos sobre la problemática.
El “Sexto estudio nacional sobre consumo de sustancias psicoactivas en estudiantes de enseñanza media”, realizado en 2014 por el Observatorio Argentino de Drogas indagó a 112.199 alumnos de 1.009 instituciones educativas públicas y privadas en todo el país. El 70,5% de los adolescentes reconoció haber consumido alcohol al menos una vez en su vida. Muy lejos se ubican los psicofármacos (5,9%), tranquilizantes (4,5%), cocaína (3,7%) y solventes/inhalables (3,5%).
En Córdoba, el grupo que integra Pilatti ha realizado numerosas investigaciones con el objetivo de identificar los perfiles de consumo.
En niños de entre 8 y 12 años, sus trabajos indican que el 60% ya probó alcohol y de ellos el 30% volvió a hacerlo. El dato es que generalmente esto sucede en contextos como la mesa familiar, una fiesta, avalados por un adulto de referencia como el padre, el abuelo o el tío y con cantidades pequeñas. “Justamente esto le da un carácter de legalidad a la conducta, porque los chicos consideran que si los mayores lo autorizan, entonces está bien”, subraya Pilatti. En esa línea, Ricardo Pautassi, investigador del Instituto Ferreyra (Conicet/UNC), completa: “No se trata de una travesura, sino que se da en instancias comunes que forman parte del proceso normal de socialización del niño”.
Lo cierto es que los estudios indican que, una vez que los niños comienzan a tomar, tienen una mayor probabilidad de seguir haciéndolo e ingerir más a lo largo del tiempo.
Respecto a los adolescentes de 13 a 18 años, Pilatti encontró que aproximadamente el 30% de ellos protagoniza un consumo episódico elevado, es decir, beber cinco vasos de cerveza o tres de fernet en una misma ocasión. Y ese porcentaje se eleva a un rango de entre 40% y 60%, en estudiantes universitarios de entre 18 y 25 años.
En un trabajo reciente este grupo de investigadores indagó acerca del perfil de consumo de sustancias en jóvenes de entre 18 y 30 años que asisten a recitales de rock. En ese marco encuestaron de manera anónima a 467 jóvenes y adolescentes (el 43% fueron varones), que participaron voluntariamente mientras esperaban para abordar un colectivo en la terminal de la ciudad de Córdoba. De las respuestas surgió que durante el último espectáculo al que asistieron, el 73,7% reconoció haber consumido alcohol; un 42,1% mencionó tabaco; un 32,4% marihuana; un 2,1% alucinógenos (LSD – ketamina – hongos – éxtasis); un 1,6% estimulantes (cocaína – pasta base), y un 0,5% depresores (heroína – tranquilizantes – opio)1.
En esta última franja etárea, el problema se complejiza, ya que el consumo exacerbado puede derivar en conductas sexuales riesgosas, accidentes viales, intoxicaciones, amnesias e incluso impactar en el ausentismo laboral y en el rendimiento académico.
Con todo, para Pautassi que el consumo sea un fenómeno gradual, dependiente de dosis y probabilístico impide que se comprendan acabadamente los riesgos y el peligro asociados al alcohol. “Tomaste mucho una noche y no te pasa nada; a tu amigo no le hace nada. Pero si considerás los datos de todo el país y el mundo, el consumo es altamente perjudicial. El típico ejemplo es ‘mi hermano tomó y es una persona exitosa’, pero ese caso hay que verlo como un sobreviviente y no como la norma del fenómeno”, señala.
Por su parte, Gómez advierte que la sociedad está altamente farmacologizada. “Hemos incorporado prácticas de salud muy ligadas al consumo de fármacos. Nos asistimos para casi todo. Hay una presión muy grande al consumo de sustancias que nos ayuden en la resolución de nuestra vida diaria. Entonces, en una sociedad con estas características, por qué los jóvenes no buscarían asistirse para divertirse, si los adultos lo hacemos para funcionar cotidianamente. En ese contexto tenemos que pensar a nuestros jóvenes y por qué los consumos son como un gran ordenador social”, completa.
Del conocimiento científico a las políticas públicas
“Se calcula que menos del 30% de las personas que consumen una sustancia psicoactiva, tendrán un consumo del tipo problemático, que no implica una adicción, sino episodios de intoxicación eventual o un consumo abusivo. Y además se estima que un tercio de ellos, apenas el 10%, desarrollará lo que llamamos una dependencia”, explica Gómez.
Sobre este punto, opina que las campañas preventivas son “sumamente arcaicas” e intentan persuadir apelando solamente a un discurso que hace foco en los efectos nocivos. “Son universales, no selectivas, y si bien eso disuade a un porcentaje importante, es necesario saber que existe una franja a la cual este mensaje no le hará desistir de seguir consumiendo. Es más, de esos unos continuarán haciéndolo regularmente y otros lo harán compulsivamente: ahí tenemos los adictos”, completa.
La solución para el investigador es delinear campañas fundamentadas en las ideas o pensamientos asociados a los comportamientos de consumo. Y esa información es la que están generando los equipos de investigación. “Todo este cuerpo de conocimiento que se está produciendo debería servir a alguien que planifique las campañas de prevención”, concluye.
Juan Carlos Godoy, investigador del Laboratorio de Psicología y del Centro de Investigaciones de la Facultad de Psicología, grupo vinculado al CIECS-UNC-Conicet, recupera el ejemplo de un monitoreo sistemático sobre el consumo que en Estados Unidos se viene realizando sostenidamente hace 25 años. “No podés tomar decisiones en términos de políticas públicas si no tenés información. Y en eso, el Estado argentino, independientemente del color político, viene fallando sistemáticamente. Te encontrás con una ausencia de vinculación con el ámbito académico, con el Conicet, por ejemplo. Y a esto se agrega que en Argentina hay mucha importación de campañas de prevención de otros países que se aplican sin haber demostrado empíricamente que tengan efectividad en nuestra sociedad”, sostiene.
Qué efectos buscan los universitarios cuando consumen
Otro de los trabajos de campo desarrollados recientemente por el equipo de Angelina Pilatti consultó a 382 estudiantes universitarios (35,9% fueron varones) que participan en fiestas, ya sea en casas o en boliches1. El propósito fue identificar qué efectos habían experimentado en su última fiesta mientras consumían o estaban bajo el efecto de alguna sustancia. Previo consentimiento, los participantes completaron una encuesta anónima mediante un sistema online.
Entre los datos que arrojó este relevamiento, las previas, fiestas en domicilios particulares y boliches fueron los contextos recreativos a los que más concurrieron: entre dos y tres veces al mes o más. Entre los efectos positivos que manifestaron sentir se destacaron energía (40,8%), desinhibición (40,1%), euforia (32,5%) y relajación (31,4%). En la vereda contraria, entre los negativos más percibidos se encontraron el mareo (25,7%), el cansancio (27,5%) y el sueño (17%). Una cuarta parte de los participantes experimentó sólo dos efectos negativos (de un listado de 31 medidos) y un porcentaje similar reportó al menos siete positivos (de un listado de 18).
Para los autores de este estudio, los resultados indican que los universitarios que asisten a contextos recreativos específicos, especialmente los que involucran la música, tienen mayor probabilidad de consumir sustancias ilegales. Además, el consumo de marihuana y alucinógenos se puede asociar a una mayor probabilidad de experimentar una variedad de efectos positivos. El dato no es menor, porque podría incorporarse en el diseño de una estrategia de intervención que trabaje sobre los aspectos positivos que perciben los consumidores de estas sustancias.
Drogas de abuso, las hackers del cerebro
Las drogas de diseño son, en esencia, anfetaminas cuya estructura química ha sido modificada para potenciar sus efectos. En general, estas sustancias son sintetizadas en cocinas clandestinas, donde se producen las pastillas a partir de ciertos precursores químicos. La ausencia de cualquier tipo de control es clave en este proceso y la razón que explica la intoxicación por dosis con un grado sumamente elevado de toxicidad.
Liliana Cancela es profesora de Toxicología en la Facultad de Ciencias Químicas e investigadora del Conicet. Aborda el estudio de la adicción a este tipo de sustancias desde un enfoque neurobiológico.
Explica que el cerebro de los seres humanos posee circuitos neuronales responsables de determinados estados de ánimo. Uno de ellos es el del placer y la recompensa. “Su función es que sintamos gratificación, por ejemplo, ante el amor por los hijos, los amigos, durante una relación sexual o cuando disfrutamos una comida. Todas estas situaciones producen la liberación de sustancias (monoaminas) que nos brindan una sensación de bienestar”, explica Cancela.
Las drogas actúan irrumpiendo en ese circuito y desencadenando una liberación masiva de esas sustancias. Es así como generan en los consumidores un estado de euforia, de empatía, una sensación de estar unido a todo el mundo, pero a su vez solo.
Pero sucede que el cerebro no está adaptado para manejar ese aumento intensivo. Y en ocasiones de sobredosis, los efectos repercuten en otros sistemas del organismo: se desencadena una gran estimulación del sistema nervioso central, un aumento de la frecuencia cardíaca, de la presión arterial, convulsiones, temblores, ruptura de las fibras musculares por el aumento de actividad y un incremento de la temperatura corporal, que cuando supera los 42º C puede ocasionar la muerte.
En palabras de la investigadora, estas sustancias “usurpan, hackean” los circuitos neuronales del cerebro implicados en el placer y la recompensa. “Lo más interesante es que todas las drogas de abuso, incluso de distinta estructura química (anfetamina, cocaína, morfina, marihuana) y por distintas vías de entrada, producen la activación de ese circuito”, completa.
Con todo, Cancela advierte que el efecto de la droga no termina cuando ya fue eliminada del cuerpo, sino que dejan un registro, una señal en el cerebro. Se trata de cambios moleculares que ocurren en las neuronas y que se van intensificando con cada nueva administración.
Por otra parte, aun cuando estas sustancias de abuso actúen principalmente sobre la recompensa y el placer, lo cierto es que también afectan otros circuitos ligados a la regulación del miedo, la memoria y el aprendizaje, así como el control ejecutivo de la conducta, que interviene en el proceso de toma de decisiones.
Respecto al trágico episodio ocurrido en la fiesta electrónica, en la ciudad de Buenos Aires, Cancela no lo evalúa como un problema de adicción. “Lo que sucedió en Costa Salguero es una intoxicación por sobredosis. Cualquiera podría haber muerto. Y eso es lo que da más bronca, por que se podría haber prevenido”.
En ese sentido, subraya la necesidad de campañas promovidas por el Estado destinadas a proporcionar una alfabetización científica sobre los efectos del consumo.
Mitos y creencias
Falso. Hasta principios de los ’90, fue una discusión que se dio incluso en el ámbito académico, con corrientes de pensamiento que sostenían que introducir a los niños de la familia en el consumo era positivo. Hoy, toda la evidencia científica refuta esa creencia. Al contrario, indica que cuanto menor es la edad de iniciación, mayor es la probabilidad de que luego ese individuo aumente en la escala de consumo.
Falso. Cualquier dosis, por pequeña que sea es perjudicial, tanto durante la gestación como en la lactancia. En el caso de una gestación planificada, incluso, es recomendable evitar la ingesta mientras la mujer busca quedar embarazada. En Estados Unidos, el consumo etílico está identificado como la primera causa de retraso mental absolutamente prevenible, sólo es necesario que la madre se abstenga de beber durante la gravidez.
Falso. La influencia de la mezcla es prácticamente ínfima. El verdadero problema radica en la cantidad absoluta de alcohol que se introduce en el organismo.
Falso. Aunque esta creencia puede haber tenido cierto rigor en el pasado, lo cierto es que en los últimos tiempos, la brecha se fue achicando y prácticamente se han igualado. Esto conlleva un peligro mayor porque una misma cantidad produce mayor daño en el organismo de las mujeres que en el de los varones, por las características propias de la fisiología de cada sexo.