Darío Olmo: “Trabajar con los muertos es una forma eficaz de conocer a una sociedad”
“En el transcurso de los últimos cien años, hemos visto varios cambios en cuanto al manejo de estos temas: antes era la Iglesia, después el estado laico, ahora es la empresa privada. Digamos que el tratamiento de los muertos refleja de manera bastante fiel qué tipo de sociedad somos”, sostiene Darío Olmo, miembro fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y uno de los impulsores de la creación de la carrera de Antropología en la UNC. [11.11.2015]
Prosecretaría de Comunicación Institucional – UNC
eloisa.oliva@unc.edu.ar
¿Cómo es el trabajo de un antropólogo forense?
Un antropólogo forense no trabaja en cualquier hallazgo, sino sobre restos óseos, en el marco de la administración de Justicia. Nuestra obligación es tratar de predicar todo lo posible acerca de las personas, a partir de los tejidos duros, los huesos y dientes, que es lo que permanece. Desde su origen, la antropología biológica reivindica para sí la construcción de conocimiento sobre la variabilidad humana en ese campo, y la antropología forense es la aplicación de ese conocimiento al marco médico legal. A partir del trabajo de Clyde Snow, mentor del EAAF, hay una apelación a incorporar métodos arqueológicos para el rescate de los materiales. Antes, los antropólogos forenses empezaban su trabajo en la morgue, frente a una bolsa de huesos que quizás ni siquiera sabían cómo habían sido recuperados. Snow llamó la atención sobre ese momento previo de la investigación, que es el hallazgo, y apeló a los profesionales con credenciales para trabajar sobre el pasado y sus restos: los arqueólogos. Este movimiento se produce entre fines de los ‘70 y principios de los ’80. Tiene que ver con algo que para nosotros ahora es una especie de sentido común de la criminalística: la especialización en lo que se llama la «escena del crimen».
¿Cómo se traduce eso en el trabajo concreto de los antropólogos?
Primero que nada, buscamos recuperar los materiales de la manera menos destructiva posible, ya que toda excavación es un momento único, irrepetible y destructivo. Es un momento condensado en el que se busca que la recuperación de evidencias sea de lo más escrupulosa. Después, en el laboratorio trabajamos como si tuviéramos que hacer una autopsia. Empezamos por lo más elemental: determinar edad, sexo, estatura, ancestralidad puesta de manifiesto en los tejidos óseos. Si los hay, recopilamos los testimonios del incidente que provocó la muerte. Todos esos elementos configuran un conjunto particular que diferencia a cada caso. El objetivo más ambicioso es establecer la identificación, que no en todos los casos se logra.
¿Cómo llegan a tener conocimiento del lugar donde buscar restos?
Generalmente los hallazgos son casuales. Lo habitual es que la primera noticia de un sitio la dé un puestero en el campo o una empresa que está haciendo una obra, un camino o una edificación. Si se trata de restos prehistóricos, generalmente se encuentran cerca de algún curso de agua dulce. Por otro lado, en los casos estrictamente forenses, hay una investigación judicial. Y si se trata de violaciones a los derechos humanos –la especialidad del EAAF– está lo que llamamos investigación preliminar, en la cual se trata de recabar todos los elementos históricos del incidente, que pueden incluir hipótesis sobre el lugar de enterramiento. Muchas veces el trabajo condujo a que tantos NN hallados en determinado lugar habían sido inhumados en un cementerio, en una sepultura precisa y eso está registrado en el catastro del cementerio, entonces es relativamente más sencillo.
¿Ese fue el caso del cementerio San Vicente?
Lo de San Vicente fue un poco más bizarro, porque la existencia de las fosas, que era una suerte de tradición oral, se vio ratificada por una carta que mandaron unos trabajadores de la morgue al entonces presidente Videla. En ella, le pedían ser incluidos en una ley de insalubridad y daban cuenta de las inhumaciones en San Vicente, con los detalles de las condiciones espantosas en las cuales habían tenido que enterrar decenas de cuerpos semi descompuestos. Como las autoridades del Instituto de Medicina Legal de la Justicia de Córdoba no reconocía ese pedido, como última instancia acudieron al presidente.
Años más tarde, abogados de los organismos de Derechos Humanos tomaron conocimiento de la carta y accedieron al expediente. Hasta entonces nadie creía que ese documento existiera realmente, porque era tan alucinante la historia que parecía poco verosímil, pero la realidad es siempre poco verosímil. Así fue como se conoció fehacientemente la ubicación de las fosas en el cementerio. Uno de los señores que trabajaba en la morgue, el señor Caro, tenía muy buena memoria, así que indicó en qué lugar estaba la fosa de abril, en qué lugar la de julio, la de agosto, etcétera.
¿Era un mecanismo aceitado para que los cuerpos llegaran y se enterraran en fosas?
No, en realidad lo que se producía era relativamente intempestivo. Se saturaba la morgue, los cuerpos empezaban a descomponerse y entonces había que evacuar. Pero eso no se daba sino hasta que se producía un estado de saturación que lo transformaba en un problema de salud pública. Y el Hospital Córdoba, donde se había trasladado la morgue, se transformó en una especie de foco infeccioso por esos cuerpos en descomposición.
¿Presumiblemente víctimas del terrorismo de Estado?
Muchas de ellas. Pero no todos eran desaparecidos. Eran, o bien aquellos que fallecían en enfrentamientos reales, o bien quienes morían en falsos enfrentamientos, simulados. Todo esto junto con una cantidad de personas que eran lo que denominamos los “NN históricos”: gente adulta, la mayoría hombres, indigentes, sin un marco familiar que se ocupara de ellos. Lo que hay que decir, después de muchos años de terminado el trabajo de campo, es que excavamos otros sitios dentro del cementerio y, si se sigue la línea del antiguo muro, donde se meta una pala habrá una fosa común.
En realidad, las fosas comunes, que son ilegales, en Córdoba han sido una práctica constante. La práctica es anterior a la dictadura, pero es en ese momento cuando se hace más aguda e intensiva porque se producen cada vez más cuerpos de identidad no establecida. Pero se inscribe dentro de una práctica ilegal y a la vez consuetudinaria.
¿Qué diálogo puede entablar el trabajo del antropólogo forense con la figura del desaparecido?
Tenemos una opinión formada al respecto y es que la figura del desaparecido es el estandarte aciago de un momento aciago. Para nosotros se trata de desbaratar eso, decir “no es un desaparecido, es esta persona, es un miembro de esta comunidad, tenía esta historia, tenía este cuerpo y fue asesinado”. Es necesario el paso de la figura del desaparecido a la del muerto, de la manera en que perdieron la vida todas estas personas. No es fácil, es muy duro y brutal hablar de asesinados, pero nos parece que es poner las cosas en su lugar.
El nudo de sentido del trabajo parecería entonces ser la restitución de una identidad ¿Cuáles son los alcances sociales e históricos que puede tener esto?
Los alcances sociales e históricos tienen que ver con el marco. El marco es el que produce finalmente la legitimación, es el juez el que firma y dice «estos restos hallados en tal circunstancia, en tal lugar, en tal fecha, corresponden con quien en vida fuera este señor o esta señora». Entonces ese es el cierre, reparador, en el cual una entidad colectiva como el Poder Judicial emite su dictamen. Por otra parte, la Justicia es el marco en el cual se dirimen la mayor parte de las diferencias en el marco social, entonces es un marco eficaz. Y, que se resuelva, que se tramite, que sea todo un tránsito en ese marco también tiene el valor de que no se le pone un punto final a las cosas, como por ejemplo se quiso hacer en 1986, si no que permite decir que, hasta que no se establezcan las responsabilidades y los responsables no paguen, esto no termina.
¿Cuál cree que es el valor de la antropología forense hoy en el marco de los conflictos armados?
El trabajo de la antropología forense ya forma parte del sentido común. Figura en las recomendaciones de Naciones Unidas, o de la Cruz Roja Internacional, por ejemplo. Hoy todo el mundo acepta que haya antropólogos en las investigaciones a posteriori de los conflictos, y eso ya es un paso muy importante. Sería bueno que los antropólogos nos tratáramos de involucrar en analizar los conflictos desde otra perspectiva o desde otros campos de la antropología para tratar de prevenirlos, o atenuarlos. Pero también es importante que hagamos una devolución más generalizadora, no solamente puntual de los casos, a lo que solemos ser reticentes. Lo que sí podemos decir es que la intolerancia es un denominador común en aquello que hemos investigado en decenas de países. La intolerancia empieza con una broma discriminadora y termina en las fosas comunes.
“Yo era un estudiante de antropología y siempre había trabajado en arqueología prehistórica, con restos humanos en contextos de sitios arqueológicos. Esa fue la oportunidad de hacer el mismo trabajo de una manera distinta, porque el objeto era distinto, tenía que ver con lo casi contemporáneo”, relata Olmo. “Éramos todos estudiantes y estábamos frente a un tipo como Snow que era un banquete todo lo que se podía aprender de él. Se estableció un trabajo horizontal, de pocas personas. Fue muy interesante y muy fuerte trabajar con los familiares de desaparecidos”, completa el especialista.
Hoy, el EAAF es una institución ampliamente reconocida a nivel mundial, que ha colaborado en la formación de múltiples equipos en otros lugares. Ha trabajado en la investigación de casos de personas desaparecidas o muertas como consecuencia de procesos de violencia política en más de 30 países. Entre algunos de sus hitos se encuentran la búsqueda, exhumación e identificación del cuerpo del Che Guevara en Bolivia y su participación en la investigación de los 43 normalistas de Ayotzinapa desparecidos en Iguala, México, en septiembre de 2013.
En ese mismo año, comenzaron a trabajar en colaboración con el laboratorio de genética molecular de Carlos Vullo. Ese fue, para Olmo, el cambio “más dramático e importante” en el trabajo del equipo. En 2007, pasó a ser formalmente el laboratorio del EAAF, donde vienen a formarse profesionales de lugares tan distantes como Vietnam o Nigeria. “Ha sido un cambio enorme en cuanto a la potencia y la capacidad de nuestra oferta institucional”, remarca el antropólogo, y agrega que también está integrado por graduados de la UNC.
¿Qué hace falta para poder avanzar en la identificación de los cuerpos que quedan?
Tener con qué comparar. Contamos con muestras de sangre de casi el 90 por ciento de los denunciados como desaparecidos de Córdoba y estamos enfocados en ese 10 por ciento que nos falta. Necesitamos encontrar a las familias y que nos den una muestra de sangre. La última identificación fue hace apenas unos meses. Se logró a través de la llegada a una familia que tenía un desparecido que estaba en San Vicente y con la que nunca habíamos tenido contacto. Se llega a un punto en el cual, si no hay de dónde recuperar segmentos de la cadena de ADN, no hay forma de identificar. De todos modos, está claro que en las fosas no todos son desaparecidos, sino que muchos cuerpos tienen que ver con este hábito tan aciago de enterrar gente en fosas comunes.
Las muestras se reciben en Lidmo, Independencia 644, de lunes a viernes de 9 a 17.
Fecha de publicación: 11 noviembre, 2015