Muertes injustas o merecidas: la construcción social de las víctimas

“En contextos violentos, quien pierde la vida no siempre es considerado una víctima inocente. La jerarquización de estos fallecimientos depende de las cualidades morales del difunto, las de sus allegados y de su clase social. En estos casos, la posibilidad de acceder a la condición de víctima frente a la sociedad –para que esta muerte sea considerada injusta e inmerecida–, reside en el trabajo social de legitimación que puedan llevar a cabo los familiares del muerto”. El análisis pertenece a Natalia Bermúdez, investigadora del núcleo de Estudios de Violencia del Museo de Antropología de la UNC.

Para la especialista, los decesos ocurridos en hechos delictivos o por ajuste de cuentas no son sancionados moralmente del mismo modo que los producidos durante un enfrentamiento con la policía. También existen marcadas diferencias si un joven fue asesinado por sus propios compañeros o por bandas de otros lugares.

Durante dos años, Bermúdez realizó un trabajo etnográfico en Villa El Libertador y en Villa El Nailon, con más de veinte familias, vecinos y amigos de jóvenes que perdieron la vida en situaciones de violencia. Allí participó en marchas, misas, charlas entre vecinos, visitas a los cementerios, reuniones con organismos de derechos humanos, juicios, conversaciones con abogados y fiscales, entre otras actividades.

En esas zonas de la ciudad de Córdoba, la mayoría de los habitantes se encuentran dentro de la franja de la economía informal y alternan entre tareas temporales en la construcción, changas esporádicas, empleo doméstico y comercios improvisados en sus viviendas. En los últimos años, la venta de droga ilegal se ha convertido en una salida laboral para algunos de sus pobladores.

Consultada sobre si existe alguna conexión entre estos decesos y el crecimiento de la comercialización de estupefacientes, Bermúdez reconoce que muchas personas –tanto de la sociedad en general, como de estos barrios– explican y entienden estas muertes en relación con las drogas y la delincuencia. “Esto las hace más entendibles y esperables; menos disruptoras según el discurso vigente de la ‘inseguridad’”, explica.

Sin embargo, para la investigadora, estos fallecimientos se relacionan con maneras diferentes de regular los conflictos sociales, articuladas con mecanismos más estructurales, políticos e históricos. “En estas muertes intervienen la escasez de recursos materiales y sociales, la criminalización de los pobres, la represión policial abusiva, las condiciones actuales de encarcelamiento, los conflictos entre grupos locales y ciertas transformaciones en las concepciones mismas de la muerte. Las personas provenientes de sectores económicamente empobrecidos conviven casi cotidianamente con este tipo de muertes, lo que no implica que estén naturalizadas”, subraya.

Independientemente de todo ello, a su criterio la trama de producción y las redes de narcotráfico en Córdoba no se define en los sectores sociales empobrecidos, sino que deberían estudiarse siguiendo a las elites económicas y políticas.

Una madre es una madre

Un dato significativo es el reclamo de justicia que protagonizan las progenitoras de las víctimas. “Una madre es una madre, el dolor es igual para todas, aunque el hijo sea o no ‘choro’”, es una expresión que Bermúdez recogió frecuentemente en sus diálogos con las mujeres entrevistó en el marco de su estudio.

Sin embargo, el reclamo en el espacio público muchas veces está ligado al honor del muerto. “Me llamaba la atención cómo los familiares iniciaban su discurso hablando de las cualidades de los jóvenes. Su prestigio de los muertos también era proyectado en sus allegados: si el muerto es tabú, también lo son sus propiedades, sus parientes, sus amigos. Algunas madres decían que si no estuvieran seguras de que sus hijos eran buenos chicos, no saldrían a marchar”, cuenta Bermúdez.

Ante los juicios morales y las acusaciones basadas en la mala reputación de una persona (por ejemplo, “tu hijo vendía droga, por eso murió o se merecía morir”), algunos familiares intentan una defensa asociada a una construcción idealizada del comportamiento (“mi hijo era bueno, estudioso y trabajador”); pero otros argumentan que a pesar de las posibles “andanzas” de sus hijos, la muerte no es un destino merecido para nadie. En este sentido, según la investigadora, la madre de María Soledad Morales marcó cierto camino.

De todos sus encuentros, Bermúdez recuerda una anécdota. Una de las mujeres que había perdido un hijo le confesó que se encontraba muy angustiada. Tenía otros dos detenidos en la cárcel por robo, y no los visitaba. “Sé que hago mal –explicó la madre–. Una vez me mandaron a preguntar por qué no iba a verlos si ellos no tenían la culpa de lo que le había pasado a su hermano. Después de un tiempo, fui y les dije que no los visitaba porque ellos podrían haber hecho lo que le hicieron a su hermano…, porque podrían haberle causado todo este sufrimiento a otra madre…, del mismo modo que estoy sufriendo yo”.