Enrique Font: “El fenómeno del narcotráfico no puede existir sin un alto grado de tolerancia social, judicial, política y policial”

UNCiencia dialogó con el investigador y titular de la cátedra de Criminología de la Universidad Nacional de Rosario sobre las transformaciones en las economías delictivas, las causas y consecuencias de la narcocriminalidad, los cambios registrados en Rosario en las últimas décadas y el aumento de la tasa de homicidios, así como de la responsabilidades correspondientes a las diferentes esferas gubernamentales. [09.10.2014]

Leandro Groshaus

Por Leandro Groshaus
Redacción UNCiencia
Prosecretaría de Comunicación Institucional – UNC
lgroshaus@unc.edu.ar

Enrique Font es abogado, master en Criminología de la London School of Economics, investigador y profesor titular de la cátedra de Criminología en la Universidad Nacional de Rosario. Fue Secretario de Seguridad Comunitaria de la provincia de Santa Fe y actualmente se desempeña en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, a cargo de la implementación del protocolo facultativo contra la tortura en todo el país. Integra, además, el Subcomité para la Prevención de la Tortura de la ONU.

¿Cambió en el último tiempo la economía delictiva en Argentina? ¿Qué lugar ocupa el narcotráfico en esa transformación? 

Si uno toma la narcocriminalidad, lo primero que debería preguntarse es qué ocurre en la sociedad y la forma en que esta construye y resuelve sus tensiones, donde el narcotráfico aparece como un fenómeno social.

Conozco en detalle lo que sucede en la ciudad de Rosario, pero podemos trazar paralelos porque hay fenómenos que son globales. Lo primero a remarcar es que, por lo menos en occidente, se ha extendido la necesidad social de enrarecer la realidad con alguna sustancia disponible en esa economía. Es difícil trabajar con datos duros sobre situaciones que son delictivas y se esconden, pero es posible hacer trabajos etnográficos que marcan que en 20 años el consumo de cocaína, por ejemplo, se ha extendido. Y no es el único, porque el prevalente en los barrios sigue siendo el consumo de pastillas con alcohol.

La particularidad del tráfico de cocaína es que se trata de negocio que produce mucho dinero. Y este fenómeno se ha extendido socialmente. Hay un cambio cultural respecto de construcciones de identidad y de la posibilidad que producen aumentos del consumo, y esto es un fenómeno global que no está restringido a un país. Lo veo en Rosario, donde atraviesa todas las clases sociales, no se reduce a sectores populares. Hoy se observa cómo jóvenes de clase media y media alta de pueblos de la pampa húmeda –que viven en una situación de mucha más libertad y tranquilidad que los jóvenes en Córdoba y Rosario–, van al pueblo cercano más grande y compran cocaína. Eso, en la mayoría de los casos, no supone una adicción o un consumo problemático; muchas veces es simplemente un entretenimiento o transgresión que está ahí disponible. Esto no se veía dos décadas  atrás.

En Rosario particularmente, creo que en Córdoba es diferente, se expandieronlos puntos de venta fijos de droga y este fenómeno no puede existir sin un alto grado de tolerancia social, judicial, política y policial. Las estimaciones hablan de 200 y 300 puntos de venta fijos en Rosario.

¿Este cambio fue gradual?

Los que tenemos más de 30 años de trabajo en el territorio hemos visto esa transformación. Siempre hubo venta de cocaína en los barrios, pero estaba escondida, con horarios; para la clase media y media alta funcionaba el delivery. Ahora hay un cambio importante en la oferta, pero también en términos de tolerancia y aceptación, siempre vinculado obviamente a gestión económica de los mercados ilegales para la apropiación de lo que circula. En todo lugar, donde haya un mercado potencialmente ilegalizable que genere dinero, hay una apropiación de ese dinero. Sucede lo que pasa es que el mercado de la comercialización de drogas es poderoso en términos de los volúmenes de dinero que mueve. No es el más poderoso, uno puede pensar que sin tantos problemas, la policía Federal debe estar recaudando ilegalmente por cada partido que se juega en la Bombonera o en el Monumental, unos 600 o 700 mil pesos, solo con el manejo del estacionamiento.

Sin embargo, el negocio del narcotráfico excede las fronteras de un país y tiene consecuencias sociales…

Sí. La narcocriminalidad tiene características globales y se relaciona con movimientos geopolíticos, producto de la guerra contra las drogas, del cambio de Colombia a México como principal proveedor de Estados Unidos y la reaparición de Bolivia y Perú como países productores.

Sin embargo, hay un fenómeno nuevo, relacionado con la política implementada por la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) desde los ‘90 hasta buena parte del gobierno de Néstor Kirchner. La DEA llevó a Argentina a hacer algo que tuvo consecuencias catastróficas: controlar –a través del Sedronar– el flujo de precursores químicos industriales que salían hacia Bolivia y Perú, donde se utilizaban para procesar la pasta base. Y en una economía hiper dinámica como la de las drogas, con márgenes de ganancia fabulosos, era esperable que pasara algo y pasó lo siguiente: como los precursores no iban para allá, la pasta base comenzó a venir al país para ser procesada aquí. Esto produjo una serie de consecuencias que configuran el fenómeno del narcotráfico tal cual lo tenemos hoy.

Hay dos efectos muy significativos. El primer, que opera con cualquier mercado ilegal, es la territorialización: todo lo que implica territorio supone estructura, control e involucrar a más gente.
El segundo es que cuando se agrega un paso en el proceso productivo, se genera ganancia. Cuando el procesamiento de la pasta base de cocaína se traslada al país, nos apropiamos de un paso y eso genera mucho dinero. Antes acá se cortaba y se distribuida, hoy además se procesa. Es una situación similar al de la sustitución de importaciones en cualquier otro proceso productivo.

Hoy se mueven los precursores, en algunos casos en grandes cantidades y en la mayoría en escalas muy pequeñas y fragmentadas, lo que dificulta mucho el control ya que una cocina anda con cinco bidones. Este proceso generó mucho dinero y tiene implicancias múltiples, como la capacidad de tener armas de fuego, comprar e involucrar a actores por medio de corrupción y facilitar la construcción de redes informales en los territorios elegidos. Esto no ocurre en cualquier lugar, no hay cocinas de pasta base en un edificio de clase media, sí existen laboratorios funcionando en countrys y sectores de clase alta, pero las cocinas funcionan en barrios populares.

Hasta los ‘90, la cocaína consumida en Rosario venía del norte, en pocas cantidades, porque también la escala de consumo era pequeña, las redes de comercialización eran pocas y todas reguladas por la policía: todos se conocían. Hoy, al haber disponibilidad de la sustancia, se nodaliza, por lo que es mucho más difícil de controlar, además le abrió el juego a mucha más gente. No se ve una gran concentración del mercado en Argentina. Actualmente el mercado de drogas es mucho más cuentapropista y fragmentario. En este sentido, discrepo con algunos especialistas que piensan en esquemas de “cárteles de droga”.

¿Cuáles son las particularidades de Rosario para que el fenómeno sea distinto a lo que sucede en Córdoba?

Un amigo dice que Rosario es la única ciudad capitalista de la Argentina y tiene razón. Rosario no surgió en la colonización española, no tiene fundador, creció en la segunda mitad del siglo IXX alrededor del puerto con una lógica de inmigrantes y comerciantes. No es capital provincial, por lo cual no tiene el colchón del empleo público y los ciclos económicos golpean con una fuerza brutal.

Cuando en Rosario pegan crisis como el Rodrigazo, dictaduras, desindustrialización, etcétera, queda un tendal de gente en la calle, no en vano empiezan los saqueos, cierran los cordones industriales y expulsan gente a la calle. Esto ha generado sociedades muy cuentapropistas, muy activas económicamente. Y por sobre todo, tiene una gran dependencia al precio internacional de un comodity en el mercado global, por ubicarse en una zona núcleo del agronegocio.

Cuando la cosa anda bien, explota la economía, los edificios, evasión impositiva y la cantidad de dinero disponible en la ciudad. Entonces se produce un cambio en la demanda, porque hay un cambio cultural en términos de consumo. Este fenómeno coincide con las nuevas variables en la producción, que favorecen mayores posibilidades de oferta de la sustancia, y todo se da en un contexto de expansión económica. Es un dato muy importante ya que sabemos, por otros estudios, que el consumo de sustancias está muy vinculado a la economía del esparcimiento, el tiempo libre y la noche. Salvo el núcleo duro de adictos, la gran clientela si no tiene plata no compra. Hay muy poca gente que sale a robar para poder comprar droga, eso es un mito.

En parte, todas estas variables que venimos hablando explican por qué hace 20 años había muy pocos lugares de venta de droga y hoy tenemos entre 200 y 300 que trabajan 24 horas al día. Se han vuelto bunkers fijos, que son distintos a los kioscos que existen en Córdoba. En Rosario son ranchos que se fortifican, con puertas de hierro y una pequeña ventanilla por donde se vende. Cuando montás un bunker de estas características, las chances de trasladarlo son muy pocas y eso habla de algo muy estable, de control territorial y complicidad policial y política.

¿Quiénes son los actores que están involucrados en estas actividades y qué papel juega la justicia y la policía en este proceso?   

Quienes lavan dinero son los mismos que lavan evasión impositiva de los agro negocios y el grueso del dinero negro sale de ahí. Un factor importante es que se comenzó a controlar mucho el flujo de dinero ilegal. Quienes estudian estos temas indican que eso generó una masa de dinero que no puede ingresar fácilmente al sistema financiero, provocando un boom de los sindicatos con sus mutuales, de fondos de inversión pequeños, muchos prestamistas, etcétera. Todo esto generado por el gran mercado del agro negocio. Y eso habilita que se abran caminos alternativos donde poder inyectar dinero que viene del narcotráfico. Pero la transformación no se produce por el narcotráfico, sino por los niveles gigantescos de la expansión económica vinculada al agro negocio, sucede que el dinero del narcotráfico aprovecha esos canales abiertos para lavar el dinero.

A su vez, la justicia de la provincia de Santa Fe es una de las más degradadas del país, históricamente incluso. Fue la primera justicia intervenida por Onganía, con lo cual la impronta del Opus Dei y el Integrismo de los ‘60 es muy marcada, una justicia muy cómplice con la dictadura. Con el retorno de la democracia en Santa Fe, la derecha peronista y el radicalismo se reparten los fueros: los radicales se quedan con el Civil y Comercial y el peronismo con el Penal y Laboral, y se reparten los jueces. Si bien ahora está cambiando un poco, sigue siendo una justica muy burocrática, muy dependiente y, por ende, cómplice de una policía muy corrupta. Respecto a la criminalidad pequeña, permitió la consolidación de bandas muy lúmpenes, debido a incapacidad, burocracia y dependencia de la intervención policial en el territorio.

En relación a la justicia Federal, hasta que la procuración general de la Nación, con Gils Carbó a la cabeza, no organizó la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar) –esto lo pudimos investigar desde la universidad–, las investigaciones incluían: tres fiscales y dos jueces de instrucción federales que no investigaban sistemáticamente nada, que se concentraban en lo que la policía decidía llevarles, que podían estar investigando tres puntos de venta distintos en un mismo barrio, pertenecientes a la misma organización y lo hacían con fiscales distintos en juzgados distintos y con fuerzas de seguridad distintas. En esas circunstancias, las chances de llegar a algo que no sea el chiquitaje minorista, fácilmente reemplazable, eran absurdas. Ellos también permitieron que el negocio de la venta de droga se consolide hasta lograr que tengan entre 200 y 300 puntos fijos de venta abiertos 24 horas por día.

Las juntas

El aumento de la tasa de homicidios que viene registrando Rosario en los últimos años, ¿está vinculado al negocio de la venta de drogas?

Rosario duplicó en tres años su tasa de homicidios y existe la tentación de confundir correlato con causalidad. Es verdad que pasó todo esto con las drogas y que ciertos hechos se resolvieron con mucha violencia en este mercado ilegal, pero en paralelo los homicidios se duplican porque hay otro fenómeno de construcción identitaria de jóvenes en situación de exclusión en los barrios. Para ellos, la hipermasculinidad, el entrar y salir de una banda (que en la jerga propia se llama “junta”), sirve; y a los pibes les resuelve cosas: le da unos mangos, le genera vínculos, respeto, etcétera. 

Es interesante separar el fenómeno de “la junta” de la criminalidad profesional estable, ya que tiene otra dinámica, ya que entra y sale de lo convencional al delito, según el momento. Una persona puede integrar una junta solo por juntarse en la esquina. En este sentido,  la pertenencia es muy flexible. Ahora, lo que existe es un nivel de conflictividad en los territorios entre bandas particularmente intensa e hiper ritualizada, que explica mucho más el aumento en la tasa de homicidios. De más está decir que en todo esto está metida siempre la policía.
 

El ascenso de “Los Monos” | Del robo de caballos para cirujeo a la narcocriminalidad

“Un ejemplo de las consecuencias que tuvo la indiferencia, la burocracia y la complicidad policial y judicial en el crecimiento de organizaciones delictivas, es la hoy paradigmática banda de Los Monos. Son la segunda generación de inmigración interna correntina que se instalan en barrio La Granada.  Sus primeras andanzas fue el robo de caballos para cirujeo, de ahí pasaron al robo con armas, fueron creciendo, se volvieron pistoleros de la usura y continuaron creciendo. En los ‘90 hubo una disputa sangrienta entre Monos y Garompas, con gente que desaparecía y torturas. Fueron ganado prestigio por su violencia, se pasaron al porro paraguayo, luego a la cocaína y de ahí despegaron: empezaron a comercializar, a vender, a brindar seguridad a otros, pero siempre con una identidad de mucha exposición, porque siempre existió una construcción de identidad hiper masculina y violenta”, explica Font.

Según el especialista, la banda solo pudo consolidarse “gracias a una justicia totalmente corrupta que miró para otro lado y que ahora se asusta cuando ve a estos tipos, que además tienen a los mejores abogados y contadores”.

“Del mismo modo, todo esto no es posible sin involucramiento policial. Cuando Los monos comenzaron, arreglaban con la subcomisaría del barrio, luego pasaron a hablar con los jefes de la policía y a darle órdenes a la plana mayor. Se volvieron muy problemáticos para la policía. Por eso fueron la banda propiciatoria para demostrar, por parte del gobierno provincial, que hacía algo contra el narcotráfico, porque eran famosos, conocidos y muy fáciles de enganchar, ya que tenían mucha visibilidad”, completa Font.

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