Luisa Valenzuela: “Quería ser una aventurera hasta que un buen día descubrí que la literatura es una aventura”

Dueña de una extensa y sólida obra literaria, Luisa Valenzuela es una de las escritoras argentinas con mayor reconocimiento internacional. Nacida en Buenos Aires, pasó varios años de su vida adulta en el extranjero. Entre 1979 y 1989 vivió en Nueva York, donde fue escritora en residencia en Columbia University y New York University. Hoy está radicada en su ciudad natal.

En su paso por Córdoba, fue homenajeada por la UNC con el Premio Universitario de Cultura “400 años”, en reconocimiento a su trayectoria literaria y por sus aportes al campo de la cultura.

En esa ocasión, ofreció la conferencia “El asalto de la escritura” donde desentrañó sus contradicciones a la hora de escribir: “Cuando me pidieron el título de la conferencia, pensé en aquellos momentos cuando necesité tirar la toalla, o al lo menos intenté hacerlo y la narrativa acabó tomándome por sorpresa. “El asalto de la escritura” me pareció un título adecuado entonces, porque a veces he llegado a sentirme así, como si a mano armada el lenguaje se me impusiera para obligarme a hacer aquello a lo que hubiera preferido renunciar. Un asalto casi siempre a favor, nunca en contra, aunque implique dedicación, esfuerzo, tiempo y algún que otro desgarramiento”.

En el marco de su visita, fue entrevistada por el programa “Los Invitados”, que produce la Prosecretaría de Comunicación Institucional. En esta nota, un extracto de la conversación que mantuvo con Susana Romano Sued, docente de la UNC, investigadora del Conicet y reconocida escritora cordobesa. La entrevista completa podrá verse próximamente por Canal 10.

Orígenes de la profesión

Luisa Valenzuela estuvo desde niña rodeada de escritores. Su madre, Luisa Mercedes Levinson, también ejercía esa profesión y habitualmente se daban cita en su casa personalidades de la literatura argentina de la talla de Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges.


¿Cómo fue su llegada a la literatura, su formación, intereses y primeras aproximaciones?

Es complicado, en realidad la pregunta correcta sería quién llegó a quién. Si yo llegué a la literatura o ella me tomó a mí de alguna manera.

De niña, mi acceso a la literatura era desde la lectura, desde la fascinación por los libros. En casa estaba lleno de escritores y entonces lo último que yo quería hacer era ser escritora, me parecía que eso era lo cotidiano, lo común, lo pasivo.

En cambio, yo quería ser aventurera. Mi sueño de niña era convertirme en reina o campeona de algún deporte de riesgo, o heroína de las aguas, o algo por el estilo. Me la pasaba leyendo a Salgari, hasta que un buen día descubrí que la literatura y el hecho de escribir es una aventura en sí misma.

Sus travesías, que se encuentran principalmente en la novela que se titula justamente “La Travesía”, sus pasajes entre territorios, hablas, lenguas y costumbres: ¿En qué medida marcan sus libros, prácticas y miradas?

Todo eso de alguna manera te forma, te da una perspectiva diferente, te hace ver el mundo desde otro lugar. Mi primera novela (“Hay que sonreír”) la escribí en Francia, cuando tenía 21 años, porque extrañaba profundamente Buenos Aires. Es una novela muy porteña escrita afuera, como muchos otros libros de mi autoría.

Años después, viviendo en Buenos Aires, extrañaba Nueva York así que escribía sobre esa ciudad. Justamente “La Travesía” transcurre mucho en Nueva York y la escribí en Buenos Aires.

Esos mundos y esos lenguajes distintos también te van condicionando, no para cambiar el idioma, nunca quise escribir en inglés, sino para descubrir toda la riqueza que hay en el propio. Siempre recuerdo que alguna vez una crítica literaria me denominó, junto a otros autores, “contrabandista cultural” porque escribimos en el borde de una cultura y otra, y las vamos enriqueciendo. Ese concepto me enorgullece de alguna manera, pero también me inquieta.

¿Cuáles son los temas que atraviesan con insistencia su imaginario y hasta qué punto las experiencias subjetivas y vividas se hacen objeto de su escritura?

Me cuesta mucho la escritura autobiográfica, pero no hay duda de que uno le regala a sus personajes experiencias entrañables, maravillosas o desagradables. Es indistinto.

Particularmente, lo que más me asombra es de dónde vienen esas historias, por qué las mencionamos. En general uno va inventando cosas que no tenés idea de dónde salen, o por qué se presentó ese tema de golpe, o esos personajes. Es un enigma maravilloso.

¿Podría ampliar esta cuestión de los tópicos que recorren sus libros y escritos a lo largo de los años?

Hubiese querido creer que son aleatorios y van apareciendo con el correr del tiempo. Pero ahora veo un hilo conductor a lo largo de los años. Son formas de la exploración, de poder decir algo que está más allá, de poder indagar en otro lugar. Los tópicos diversos te van llevando a explorar otras situaciones.

A veces partí de una pregunta para escribir una novela, por ejemplo en “Cola de lagartija”. Un día me pregunté por qué este pueblo nuestro, el argentino, que se supone tan alfabetizado y culto, estuvo en manos de un brujo de la peor calaña. Y entonces surgió esta novela totalmente loca y absurda acerca de López Rega.

También exploré el lenguaje femenino en “El mañana”. Allí me pregunto si existe o no un lenguaje femenino, si la mujer tiene un lenguaje diferente o le confiere otra energía distinta a las palabras, si maneja el lenguaje desde otro lugar.

Mis novelas en general son caminos de exploración. Espero que cada uno de mis libros sea un semillero de preguntas que genere más preguntas y, por suerte, casi ninguna respuesta.

El rol social de la literatura y el lenguaje como herramienta de poder

La obra de Luisa Valenzuela alberga un lugar común: el uso certero del lenguaje, la palabra precisa. La escritora ha repetido muchas veces que el lenguaje es algo maravilloso porque no se puede controlar, y ése es su verdadero poder.

“Puedo sentir lo exultante que puede ser la creación literaria cuando el lenguaje empieza a expresarse a través de una, o mejor dicho a pesar de una misma” , manifestó Valenzuela.

¿Cuál es el rol de la literatura en la sociedad? ¿Qué tiene para ofrecer respecto de la política, de la ética y de otros temas?

Por un lado, no creo en una literatura con mensaje, pero al mismo tiempo soy consciente de que todo lo que pasa y ocurre te traspasa y aparece de alguna forma en la escritura.

Intento no juzgar, plantear las situaciones tal como las veo o como las percibo, no como quiero que sean.

Al mismo tiempo, creo que la importancia de la literatura de ficción es que nos permite cambiar de ángulo, de punto de vista.

Respecto a tu faceta de periodista, ¿cómo es ese ejercicio y cómo se escribe diferenciadamente una nota o una columna cuando se es novelista, o cuentista?

Me costó mucho juntar las dos vertientes. El periodismo requiere de una mirada horizontal, que cuentes todos los datos, que des toda la información posible y un análisis objetivo. Es otra mirada.

En la literatura se puede hacer una mirada vertical. Hay que entrar en el meollo del asunto y hablar de cosas que a lo mejor desconocés, pero que se pueden ir descubriendo en el transcurso de la escritura.

¿Puede explayarse un poco más sobre su idea del lenguaje como herramienta de control?

En cierto momento, sobre todo cuando escribí “Cola de lagartija”, me interesaba muchísimo analizar los discursos de los militares durante la dictadura, porque están diciendo aparentemente una cosa y en realidad dicen totalmente lo contrario.

Creo que en la medida que se tiene una percepción mayor de lo que el lenguaje puede incidir en tu inconsciente, te vas resistiendo a ciertas dominaciones, porque siempre te dominan por el lenguaje.

Cuando uno está escribiendo, ve cómo las palabras te transportan hacia otro lugar de la historia y a mí me gusta seguir ese movimiento de las palabras, que a veces me cambian totalmente la trama, a veces vas viendo el contexto profundo de las palabras, vas descubriendo otros significados y otra intención. El lenguaje tiene objetivos mucho más ricos que el que uno puede tener cuando escribe.

¿Cuál es su mirada del rol de la universidad pública en la formación de los artistas, de los intelectuales en nuestro país y en otros países donde tu obra es estudiada, discutida y expuesta a la crítica académica?

La formación de los artistas y los intelectuales es ambivalente. Hay gente que no necesita una formación estructurada y académica y otra que sí. A mí me hubiera gustado tenerla. Fui profesora universitaria, pero nunca pasé por la universidad como estudiante, pero lo añoro, me hubiese gustado tener una sistematización del conocimiento.

Pero lo que es importantísimo de la universidad, y eso es invalorable, es la formación general de la persona, que después cada uno encontrará su propia creatividad, pero entenderá lo que está haciendo desde otro lugar, se le abrirá un conocimiento plural.

A mí me interesa conocer de todo y creo que la universidad te brinda una cosa multidisciplinaria, te vas abriendo a un mundo definitivamente más rico.