Usina Bamba | Esplendor y abandono a orillas del Suquía

Por Guillermo Goldes
Colaborador UNCiencia
Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación – UNC
divulgacion@famaf.unc.edu.ar

Recorrer la ruta E 55 remontando el río Suquía, desde la ciudad de Córdoba hacia las sierras Chicas, es como viajar en una máquina del tiempo. Una jornada hacia la historia secreta de la generación de energía.

Partimos del ingreso a la localidad de La Calera. Apenas 200 metros a la izquierda de la ruta, se encuentra la central La Calera, que genera energía en forma continua desde 1911. Esa usina toma el agua del conocido Diquecito, desde donde se la conduce dos kilómetros por un canal a cielo abierto y luego por cañerías hasta un depósito abierto, desde donde baja directamente a la central.

Desde el Diquecito, hay que continuar el ascenso por la quebrada. Tres kilómetros más adelante se llega a la auténtica joya olvidada del recorrido, la usina Bamba. Inaugurada en 1897, fue la primera central hidroeléctrica de Argentina destinada al servicio público. El lugar había sido elegido en 1872 por Joseph Oulton, un buscador de oro canadiense. Él se había percatado de la particular curva, en forma de hongo, que el río describe en el lugar: un extenso arco de unos 3,5 kilómetros de recorrido, que casi se cierra sobre sí mismo. Al completar la curva,  la distancia entre ambas partes del cauce es de apenas 100 metros, pero con una diferencia de altitud de más de 30 metros. Se trata de un lugar ideal para una central hidroeléctrica: alcanza con desviar el agua del río unos 80 metros a través de la montaña para aprovechar el desnivel.

El pequeño dique desde donde se conducía el agua a la usina Bamba

Para lograrlo, al comenzar la curva se construyó un pequeño murallón de piedra de 30 metros de longitud y cuatro de altura para embalsar el río. Desde allí, y mediante un túnel excavado en la roca, el agua se derivaba hacia la usina,  donde era turbinada para generar electricidad. Tanto el pequeño dique como la usina están fuera de servicio desde 1964, cuando entró en operaciones la Central San Roque, algunos kilómetros aguas abajo. Más aun, ese tramo del río ya no tiene habitualmente agua, dado que la nueva usina la toma mediante tuberías directamente desde el lago San Roque. La usina Bamba sólo volvió a generar electricidad fugazmente durante 1972, en forma demostrativa, para estudiantes de Ingeniería de la UNC.

Toda esa zona, con sus obras hidráulicas pioneras, es muy poco conocida, porque allí la ruta se aparta del cauce del río. Hoy la Usina Bamba es un cascarón vacío y abandonado. A diferencia de la Usina Mollet, ubicada a unos pocos kilómetros, Bamba no fue convertida en Museo, a pesar de sus enormes potencialidades. Cabe reconocer que la construcción de Bamba habría sido imposible sin la inauguración previa, en 1889, del ferrocarril que unía Córdoba y Cruz del eje, en el ramal que hoy se conoce como Tren de las Sierras y que realiza servicios diarios hasta la localidad serrana de Cosquín. Si se lo aborda en Córdoba y se desciende en la estación Casa Bamba, es posible visitar estas ruinas hidráulicas ilustres, incluyendo la toma de agua fuera de servicio, protegida por gruesas y herrumbradas rejas.

Si continuamos remontando la quebrada, arribaremos al Museo de la Electricidad de la Empresa Provincial de  Energía de Córdoba (Epec), anteriormente Usina Mollet. Conserva aún su propio embalse y fue construida con el objetivo de generar electricidad para alimentar una fábrica de carburo de calcio, compuesto muy difundido a principios del siglo veinte para la iluminación urbana. Para producir carburo de calcio se necesitan poderosos arcos voltaicos. En las lámparas callejeras de la época, el carburo de calcio de disponía en un depósito sobre el que se hacía gotear agua.  La reacción química que se produce genera gas acetileno que, al entrar en combustión, produce una luz vívida y blanquecina, que iluminó las noches de ciudades de todo el mundo, Córdoba incluida, hasta que se extendieron las redes eléctricas. La usina Mollet entró en servicio en 1902. Posteriormente pasó a manos de la provincia de Córdoba y aportó a la generación de energía para la ciudad. En 1964 dejó definitivamente de operar.

Nuestro recorrido estaría incompleto si obviáramos el viejo dique San Roque, que en la época de su inauguración allá por 1890, era la presa más grande del mundo. Su viejo murallón aún asoma cuando el nivel del lago desciende. Su construcción fue un hito del desarrollo cordobés que permitió controlar las crecidas y sistematizar el río Suquía. Pero esa historia, ligada a las figuras de los ingenieros Eugenio Dumesnil y Carlos Cassafousth y a la del constructor Joan Bialet Massé es, además de trágica, demasiado conocida.