Los incendios reducirían entre 50 y 100 años la vida útil de los embalses en Córdoba

El fuego ocasiona la pérdida de materia orgánica, disminuye la absorción del suelo y así aumenta la circulación del agua en las cuencas de drenaje. El resultado: mayor traslado y acumulación de cenizas y sedimentos en esos reservorios, lo que reduce su capacidad de almacenamiento. La investigación de la UNC se enfocó en los embalses San Roque y Los Molinos, que proveen de agua para consumo a la capital provincial. [10.12.2014]

Por Gino Maffini
Redacción UNCiencia
Prosecretaría de Comunicación Institucional – UNC
gmaffini@unc.edu.ar

Si la situación se mantiene como en la actualidad, la vida útil de los embalses San Roque y Los Molinos, que sirven como fuente de agua a la capital de la provincia de Córdoba, se habrá reducido entre 50 y 100 años a causa de los incendios ocurridos en las sierras en los últimos años. La estimación es resultado de una investigación que valoró en forma precisa el grado de afectación ocasionado por estos siniestros. El trabajo busca construir bases científicas que aporten a la elaboración de planes de acción para el control de los incendios y la mitigación de sus consecuencias.

El estudio fue realizado por investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Universidad Nacional de Córdoba) bajo la dirección de Santiago Reyna, profesor titular plenario de la cátedra de Obras Hidráulicas en la carrera de Ingeniería Civil.

Una situación crítica

La limitación en el acceso al agua es uno de los problemas de mayor trascendencia a nivel mundial, por el impacto que tiene en la vida y el desarrollo de los pueblos. Particularmente, la provincia de Córdoba atraviesa desde hace varios años una situación de progresiva degradación de las cuencas que aportan el recurso para el consumo humano. A ello contribuyen la colmatación –es decir, el llenado con sedimentos– y la contaminación de los principales embalses, que generan situaciones donde las demandas superan la disponibilidad hídrica del propio sistema.

Esto se ve agravado por el crecimiento poblacional que vivió el Gran Córdoba en los últimos años, por los cambios en los usos del suelo –de rural a urbano y de bosque nativo a tierras agrícolas–, y por el desarrollo de nuevas urbanizaciones sin una planificación adecuada.

Un agravante de esta situación fueron los incendios en las sierras cordobesas, que se intensificaron en los últimos años. Estos incendios son particularmente intensos entre agosto y noviembre, coincidiendo con la época de menor cantidad de lluvias, y su importancia depende, entre otros factores, de la temperatura, los vientos, la abundancia de material combustible y la acción del hombre que, de manera accidental o intencional, desencadena los siniestros.

Dos procesos nocivos

Los incendios conllevan múltiples consecuencias. Ocasionan pérdida de materia orgánica, la reducción de la capacidad de absorción del suelo y favorecen la escorrentía –la circulación de agua sobre la superficie en una cuenca de drenaje–, lo que consecuentemente implica mayor traslado y acumulación de cenizas y sedimentos en los embalses.

Todo esto genera el fenómeno conocido como “eutrofización” de los espejos de agua, que redunda en una mayor proliferación de algas, la mortandad de peces y la reducción de la concentración de oxígeno disuelto, entre otras consecuencia. A su vez, esto implica mayores costos en el proceso potabilización del agua utilizada para el consumo humano.

“Las algas son particularmente costosas de tratar, pues son difíciles de remover. Además dan malos olores y sabores, que se debe remover con carbón activado y eso es costoso. Por último, algunas de ellas pueden liberar sustancias tóxicas en el proceso de potabilización (cianotoxinas). De todas maneras, el agua que finalmente tomamos en la ciudad de Córdoba cumple con todos los estándares de calidad, pero se complica su potabilización y eso lo terminamos pagando”, explica Reyna.

Otro proceso que aceleran los incendios es el de “tarquinamiento” de los embalses, que consiste en que estos se van colmando de materia sólida –limos, arenas, gravas y ceniza– y por ende disminuye su capacidad útil de almacenamiento.

Combinadas ambas situaciones –eutrofización y tarquinamiento–, redundan en una destrucción de los embalses, que se van “aterrando”: el espejo de agua queda invadido de algas, la vegetación fija esos sedimentos y las colas de los embalses se van transformando en “humedales” artificiales.

Cuencas que abastecen el sistema de aprovechamiento para el Gran Córdoba

Los embalses de San Roque y Los Molinos, que sirven como fuente de agua a la ciudad de Córdoba, sufren simultáneamente procesos de eutrofización y tarquinamiento en diverso grado. El primero presenta un mayor estado eutrófico, debido a la elevada carga de nutrientes (fósforo y nitrógeno) que provienen fundamentalmente de los efluentes cloacales no tratados adecuadamente. De allí su escasa transparencia, sus bajos niveles de oxígeno y sus frecuentes eventos de floraciones algales.

El impacto de los siniestros

El estudio del equipo encabezado por Reyna cuantificó la intensidad con que fueron afectados durante los últimos años los embalses San Roque y Los Molinos por los continuos incendios en sus cuencas. Para ello, calcularon el ritmo con que avanza el tarquinamiento de ambos diques y en qué momento llegarán a estar colmados de sedimentos en un 75%.

“Con ese nivel de sedimentos no podríamos regular las aguas durante el año. Actualmente, cuando llega octubre o noviembre y no llueve, empezamos a bajar el nivel del lago y a tomar esa agua, pero no podríamos hacerlo porque solo tendríamos arena. El dique seguirá estando y teniendo cota para generar energía eléctrica, pero ya no tendría utilidad como embalse para guardar agua en las épocas de abundancia”, apunta Reyna.

De acuerdo al trabajo, el embalse del San Roque mostraba en 2011 un nivel de tarquinamiento del 22%. Si no se considerara el efecto de los incendios, llegaría al 75% de colmatación en el año 2169. Pero dado el impacto de los siniestros de los últimos años, la vida útil del embalse se reduciría 50 años, pues por los sedimentos que se están acumulando llegaría al 75% de colmatación en 2119.
Algo similar sucede en Los Molinos, aunque la situación es menos acuciante porque se trata de un embalse más nuevo y en mejor estado. Si no se considerara el efecto de los incendios llegaría al 75% de colmatación en el año 2445. Pero, dado el efecto de los siniestros que aparecieron en los últimos años, la vida útil del embalse se reduciría más de 100 años, pues por los sedimentos que se están acumulando llegaría al 75% de colmatación en 2343.

Algunas pautas de acción

A partir de evaluar el ritmo de perjuicio que ocasionan los incendios, Reyna aporta algunas recomendaciones. En primer término, reducir los siniestros, entendiendo “que no son una desgracia imposible de evitar, o un castigo divino, sino consecuencia exclusiva de nuestro accionar”, subraya.
Además, dado que la principal fuente de nutrientes a los embalses son los efluentes cloacales, es necesario tratarlos, sobre todo en las poblaciones asentadas sobre las cuencas de ambos embalses. “A nadie se le ocurre tirar el efluente cloacal crudo en el mismo lugar que aporta el agua que después tomamos, pero eso es lo que hacemos”, grafica.

“El tema de los nutrientes y las cenizas hay que resolverlo por cuestiones sanitarias, por la calidad del agua y por el uso de esa agua para los fines previstos: para riego, para turismo, para generación eléctrica, para agua potable. Si los diques se eutrofizan y colmatan –ya sea por los incendios o por los efluentes cloacales–, todos esos usos se van a pelear entre sí y en esa situación gana el uso para consumo humano, pero no te queda agua para el resto de las necesidades”, completa.

Reyna plantea, además, la necesidad de poner medidores en las localidades de las cuencas para reducir el consumo de agua hasta 20%; propiciar un sistema de riego más eficiente en el cinturón verde (podría llevarse a eficiencias de hasta el 90%); aprovechar el agua que sale de las plantas de tratamientos de efluentes cloacales, tratándola adecuadamente para usarla para riego agrícola, y expandir el reciclado del agua en las industrias.