“En ciencia y tecnología, Argentina tiene una política embrionaria”

Desde la perspectiva de la historia social de la ciencia y en el marco del Bicentenario, ¿cuándo comienza a adquirir relevancia lo científico-tecnológico en Argentina?

Aunque hubo intentos previos, en general fragmentarios y no exitosos, es posible ver un inicio en 1870, en un ambiente caracterizado por la presencia de científicos extranjeros.

En estos comienzos, una figura clave fue Sarmiento, no sólo por el rol que cumplió su presidencia, sino por su desempeño como ministro del gobernador Mitre.

Si hubiera que destacar algunos hitos, se deberían mencionar la apertura del Museo de Buenos Aires, con la impronta del naturalista alemán Hermann Burmeister, la creación del Observatorio Astronómico de Córdoba, la Sociedad Científica Argentina y la Academia Nacional de Ciencias. Son instancias de un proceso de institucionalización incipiente que, si bien llevará décadas, representa el inicio de la producción de conocimiento científico en territorio argentino.

¿Cuál es el disparador de este proceso?

Un factor es la comprensión, en las elites, del rol que debe jugar la ciencia. Esto se inicia desde un lugar simbólico, con una mirada hacia Europa y bajo la creencia de que “todo país civilizado debía tener producción científica”.

¿Cuál fue el rol de la ciencia en ese momento?

Entre 1870 y fines del siglo XIX, hubo un avance de la idea de la ciencia y técnica al servicio de la construcción del Estado-Nación. Por entonces, las ciencias dominantes están en relación con el posicionamiento del Estado como lugar hegemónico, en términos de política. Así prevalecieron la geología, la cartografía y la astronomía, pero cartografiando el cielo del hemisferio sur, con el objetivo de reconocer el territorio nacional y sus recursos naturales.
En la segunda mitad del siglo XIX, el proceso de desarrollo de las actividades científicas en Argentina, acompañan la construcción del Estado nacional.

¿Y cuáles fueron los principales cambios en el siglo XX?

A partir del siglo XX comienza una segunda etapa con la creación de la Universidad Nacional de La Plata, porque representa la primera que se piensa con un proyecto donde la producción de conocimiento aparece entre sus actividades más relevantes.

Posteriormente se crean la Facultad de Veterinaria y el Instituto de Física, que inicialmente fue dirigido por físicos alemanes pero que rápidamente, en la primera década de 1910, produjo los primeros físicos argentinos egresados.

Otro hito fue la llegada de Bernardo Houssay, quien en 1919 ganó el concurso para dirigir el Instituto de Fisiología de la Universidad de Buenos Aires, el primero que se dedica exclusivamente a la investigación científica. Diez años después se lo encuentra presidiendo la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia; en 1944 creó el primer Instituto privado de investigación, con la consigna de crear un sistema de filantropía privado con autonomía del Estado. Y en 1947 ganó el premio Nobel.

¿Cómo repercutieron las irrupciones militares?

El golpe de Estado de junio de 1943 marca un punto de inflexión. Entre 1943 y 1945 hay una escisión: la comunidad científica es relegada y las universidades intervenidas. Bernardo Houssay se recluyó en la esfera privada y sus discípulos se fueron con él.

Así comienzan dos paradigmas que confrontarán durante las próximas décadas: por un lado, la libertad de investigación, con financiamiento del Estado y búsqueda de adaptarse a los estándares internacionales; por el otro, la Asociación por el Progreso de la Ciencia, que lidera Houssay.

En este marco, el peronismo representa el primer intento de generar políticas públicas para la ciencia y la tecnología, lo que significaba planificar e incorporar las actividades científicas al desarrollo económico. Esto quedó reflejado en el segundo plan quinquenal y confronta de plano con la ideología del paradigma de los científicos nucleados alrededor de la figura de Houssay.

Los físicos, astrónomos y matemáticos transitaron un camino intermedio, buscaron llamar la atención del sector político-militar para desempeñar un rol en los procesos de industrialización.
La carencia de laboratorios industriales en las décadas del ’30 y ’40 es una falencia histórica y un síntoma gravísimo de debilidad de la conformación del sistema científico.

¿Cómo se soluciona esta dicotomía?

Esta dicotomía –que en los países avanzados se resuelve con la implementación de políticas públicas que hicieron converger los intereses militares, políticos y científicos–, en Argentina la resuelve el estilo virulento de hacer política. El golpe militar conocido como la Revolución del ‘55 canceló, anuló, el polo planteado por las políticas públicas del peronismo e inició una política “refundacional”, creando nuevas instituciones de ciencia y tecnología, al tiempo que trató de borrar las creadas durante el peronismo.

¿Cuál es la principal consecuencia de la proscripción del peronismo en el ámbito de las ciencias?

Lo que se perdió con la Revolución del ‘55 es la conciencia de la necesidad de políticas públicas para la ciencia. Así comenzó la fragmentación del escenario. Se creó el CONICET para la ciencia, el INTI para la Industria, el INTA para el agro. Todo esto alimentó el mito de que la ciencia se institucionaliza después del ’55, pero esa concepción implica una mirada muy pobre. Creo que por entonces se cristalizó el sistema institucional, pero bajo un escenario muy fragmentado. La cancelación de las instituciones creadas en la órbita del peronismo significó la pérdida de la capacidad de planificar.

¿Y qué sucedió durante las dictaduras de las décadas del ‘60 y el ‘70?

El período de interrupciones democráticas es una variable ineludible. El gobierno de Onganía hizo un daño importante al sistema científico, porque marca el momento en que los militares abandonan la mirada industrialista y adoptan la doctrina de seguridad nacional. Ahí cambia la ideología militar y sus prioridades comienzan a estar en la búsqueda del enemigo interno.

Si tuviera que sinterizar, las etapas 1966/1973 y 1976/1983 fueron dramáticas. Se destruyeron muchas líneas de trabajo que se habían iniciado, de manera provisoria, entre los ‘30 y los ‘60.
La política nuclear, en cambio, representa un capítulo aparte, porque no tiene que ver con las políticas de la dictadura, sino con una institución que pudo ir en contra de sus políticas.

Entonces la recuperación democrática encuentra al sistema científico en un estado significativo de deterioro…

Cuando se sale de la dictadura, el ideario es recuperar a las instituciones y se vuelve a poner la mirada en las universidades de la década de los ’60. Los militares fueron refundacionales por su propia concepción autoritaria, pero la vuelta a la democracia tampoco tiene un pasado sobre el cual continuar la institucionalización; por lo que tiene que ir a un pasado utópico e idealizado hacia donde seguir. Hacia donde vamos, depende de lo que somos. Y lo que somos depende de mirar o buscar un pasado positivo o promisorio.

Alfonsín intentó continuar con el desarrollo nuclear, con el desarrollo del misil cóndor, puso como prioridades la biotecnología y la informática, creó la Escuela Latinoamericana de Informática. Un hecho muy positivo en su gobierno fue intentar o iniciar un programa de integración con Brasil, que condujo a lo que actualmente es el Mercosur, y que en ciencia y tecnología tiene un impacto significativo: es una variable nueva que hoy sigue dando sus resultados y todavía se encuentra en un estado muy embrionario.

La realidad es que el contexto político-económico de la presidencia de Alfonsín fue muy complejo. Con la deuda externa y la tarea de desmantelar los mecanismos de control ideológico heredados de la dictadura, uno puede pensar que en esos seis años, a pesar de las buenas intenciones, hiperinflación y deuda externa marcaron lo que se puede llamar la década perdida para América Latina. En efecto, si bien la década de los ‘80 en ciencia y tecnología no estuvo estrictamente perdida, tuvo cosas muy contradictorias.

¿Cómo se dio el desarrollo científico-tecnológico durante la recomposición económica de las ´90, de la mano del modelo neoliberal?

Si hablamos irónicamente, los ‘90 se caracterizaron por la “revolución cultural neoconservadora”, donde la dinámica institucional en ciencia y tecnología va a depender de dos aspectos: la política exterior de alineamiento del menemismo con Estados Unidos y las políticas de achicamiento del Estado.

Hubo medidas muy traumáticas para instituciones como el INTA o el INTI, cuyo personal se redujo a la mitad en tres meses, así como informes del Banco Mundial que recomendaban privatizar el CONICET para que el sector público dejara de sostener 6.500 cargos públicos.

En lo que refiere a política exterior se ve claramente el alineamiento con Estados Unidos, asociado a la anulación de todo aspecto confrontativo con las potencias. Se desmantela el plan nuclear y el Cóndor II. Comienza a adquirir relevancia la astronomía argentina, pero sin consenso de los astrónomos en el Proyecto Gemini, solamente porque Estados Unidos necesitaba socios. De todos modos, que los astrónomos argentinos hayan tenido la capacidad de institucionalizar el Proyecto Gemini, es otra cosa que habla muy bien de la astronomía argentina.

La ciencia y la tecnología se convirtieron en una variable de ajuste de la política exterior, no estaban en las prioridades.

En la década de los ’90 se realizó un intento de modificar el marco regulatorio, esto es, la legislación vinculada a la producción de conocimiento para poner a Argentina en el escenario global, pero en su lugar de país dependiente. Es decir, en un escenario global estratificado, con una economía que relega los países de América Latina a la creación de productos primarios. Ése fue el lugar que se le otorgó a nuestro país y el que asumió la política argentina.

Lo que vale destacar de los ’90 es la creación de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, algo que todavía está por estudiarse. Creo que la Agencia fue disfuncional a los ‘90. Si bien quienes estuvieron vinculados a su creación, lo hicieron para romper la lógica CONICET e instalar un enfoque más cercano a la producción de conocimiento útil, es decir, para acercar el conocimiento del sector público al sector privado.

Digo que fue disfuncional a la década del ´90 porque a partir de ésta se inicia un proceso donde la Agencia, por su manera de trabajar y su forma de financiamiento, empieza a instalar una política implícita.

¿Cómo evalúa las políticas actuales de Argentina en ciencia y tecnología?

Hoy existe una política implícita, aunque débil y no muy definida, que es producto de esta trayectoria de 13 años. Si quisiéramos buscar instancias que marquen el rumbo, no podemos eludir la continuidad de la Agencia, por la dirección que marcó. También debemos considerar la creación de programas como el FONCIT y el FONTAR, la prioridad en la vinculación del sector productivo empresarial con el público (de producción de conocimiento) no fueron retóricas sino que lo hizo financiando, generando recursos. Ésta es la fortaleza. Hoy hay una semilla de política.

Sin embargo esta política todavía permanece implícita. Hay que explicitarla y ver si la comunidad científica está de acuerdo. Allí debe venir el debate.

Tenemos una política implícita embrionaria, que muestra resultados positivos, tiene contenido de pragmatismo y que habría que empezar a brindarle dimensión como política pública.

En este marco se dio la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. No fue una casualidad, ni una medida que se le ocurrió a un gobierno; es parte de un proceso que se iniciaría posiblemente con la Secretaría de Ciencia y Tecnología de Alfonsín, y con la creación de la Agencia en 1996 de manera traumática pero tratando de reorientar esta lógica CONICET que era imposible de otra manera.

El CONICET hoy es nuestro organismo de reproducción y crecimiento de los Recursos Humanos en Argentina.

La creación del ministerio es parte de un proceso. Lo que preocupa es la falta de capacidad de conceptualizar este proceso, porque de eso depende la formulación de una política de ciencia y tecnología, que debe ser pensada para los próximos 20 años.