Doctor, no quiero vacunar a mis hijos ¿Qué hago?

El siglo XX fue una gran época para la salud pública. Los avances científicos y tecnológicos no solo mejoraron nuestra calidad de vida, también permitieron extender su expectativa: en América Latina,según un informe de la Organización Panamericana de la Salud, la esperanza de vida pasó de 29 años en 1900 a 74 años en 2010. [03.12.2014]

Por Ezequiel Martín Arrieta
Colaborador UNCiencia
Prof. Asistente – Cátedra de Fisiología Humana
Facultad de Ciencias Médicas

Algunas de las innovaciones y desarrollos que hicieron esto posible fueron la implementación obligatoria del cinturón de seguridad en los automóviles, la incorporación de medidas de higiene y seguridad en el trabajo, la tecnología de cuidado del recién nacido, las campañas antitabaco y de prevención de las enfermedades cardiovasculares, solo por nombrar un puñado de ellas. Sin embargo, una en particular es considerada la estrella de todas: la vacunación.

Pese a que las vacunas son consideradas el mayor logro de la salud pública de los últimos cien años, parece existir una creciente tendencia de rechazo hacia ellas que ha llevado a ciertos padres a no inmunizar a sus hijos. Es un fenómeno ampliamente conocido en países de la Unión Europea y Estados Unidos, pero que en Argentina comenzó a tomar auge hace algunos años.

Los motivos, algunos más conocidos que otros, son tan variados como polémicos. En el medio aparecen médicos y otros profesionales de la salud que intentan respaldar estas ideas, aunque todos comparten algo en común: el escaso criterio científico para analizar la información.

Analicemos algunos de estos motivos:

1 – Las vacunas provocan autismo | El autismo es un trastorno físico ligado a una biología y una química anormal en el cerebro, cuyas causas exactas se desconocen. En 1998, un artículo en la revista médica The Lancet despertó la polémica, ya que mencionaba que 8 de 12 niños que habían recibido la vacuna triple viral fueron diagnosticados tiempo después con lo que hoy se conoce como autismo. Allí los autores propusieron que la triple viral podría ser la causa de tal fenómeno, a pesar de no tener ninguna estadística que apoyara esa idea. Años después, el artículo fue retractado y esa hipótesis fue anulada por revisiones posteriores sobre el tema. Aun así, el mito persiste.

2 – Las vacunas contienen mercurio | Esta idea se fundamenta en que el mercurio es un potente neurotóxico. Si bien es cierto que el mercurio está presente en el contenido de las vacunas, en realidad se encuentra en una forma molecular que resulta inocua para las personas, llamada “timerosal”. La variante nociva se denomina “metilmercurio” y existen múltiples estudios de toxicidad que ratifican la diferencia entre ambas.
Para comprender mejor la importancia de la estructura molecular de una sustancia en el organismo, pensemos en la vitamina B12 (“cianocobalamina”), que posee una molécula de cianuro y a pesar de ello es muy importante para el correcto funcionamiento de la fisiología humana.

3 – La infección natural es mejor  | Es cierto que generalmente la enfermedad contraída de manera natural produce una “mejor” inmunidad  y más duradera. Sin embargo, cuando se trata de las patologías infecciosas para las cuales se fabricaron las vacunas, los riesgos superan los beneficios. Por ejemplo, muere uno de cada 10 mil niños infectados con poliomielitis, y uno de cada 200 queda con parálisis irreversible. La vacuna elimina estos riesgos.
Lo mismo sucede con el sarampión: enfermarse tiene un riesgo elevado de muerte (10%) y complicación severa, como infección de oído o encefalitis (30%), pero la vacunación contra esta patología no conlleva tales riesgos.

4 – Las vacunas desencadenan reacciones adversas | Ningún producto farmacológico está exento de generar reacciones adversas en el organismo, y esto incluye a las vacunas. Existen ciertas reacciones no deseadas luego de la inoculación, que ocurren en muy pequeña proporción y son en su mayoría muy leves: irritación de la zona o fiebre. Pero existen algunas que pueden preocupar a los padres, como una anafilaxia (reacción alérgica generalizada) luego de la vacuna por hepatitis B, o una encefalopatía por la vacuna triple bacteriana. Por ello resulta necesario conocer la estadística, ya que la probabilidad de padecer alguna reacción adversa grave –ninguna de las cuales produce la muerte– está en el orden de una por millón. ¿Es un riesgo real? Sí, muy bajo, pero cierto. Sin embargo, vivir en una casa tiene un riesgo de muerte de 1 en 83 mil y salir a la calle en auto conlleva un riesgo de muerte por accidente de tránsito de 1 en 6.600, pero nadie se lo cuestiona. Es cuestión de cómo uno percibe el riesgo y de poner en la balanza la relación costo-beneficio.

Quizás los padres que rechazan la vacunación sean muy jóvenes como para reconocer los beneficios de las campañas de vacunación. Probablemente nunca hayan convivido con enfermedades (y sus complicaciones) como la poliomielitis, la difteria, el sarampión, la rubeola, la tos convulsa o la tuberculosis. Y acaso no se percaten de que las vacunas están siendo víctimas de su propio éxito, y que la decisión de no vacunar a sus hijos pone en peligro la vida de sus pequeños y de la sociedad en su conjunto.

Algunos sostienen que la vacunación debe ser un acto no obligatorio y que cada uno tiene derecho a vacunar o no a sus hijos. Aquí adquiere protagonismo un dato escasamente conocido, pero de gran relevancia: para que una vacuna funcione es necesario que aproximadamente el 95% de la población haya sido inoculado con ella.

Es lo que se denomina “inmunidad de grupo o colectiva” y es sumamente importante, ya que una población con esos niveles de cobertura se encuentra protegida ante el microorganismo, y consecuentemente disminuye el riesgo de contagio de personas que por distintos motivos no pueden vacunarse, como los inmunodeprimidos por sida o por ingesta de inmunosupresores (transplantados, enfermedades autoinmunes) y, algunas veces, embarazadas.

Sin miedo y con responsabilidad, la mejor recomendación es vacunar a los niños y concientizar a quienes no quieren hacerlo para que revean su postura.

Notas
Poland GA & Jacobson RM, (2012). The clinician’s guide to the anti-vaccinationists’ galaxy. Hum Immunol 73(8): 859-866.
Wakefield AD et al, (1998). Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children. The Lancet 351(9103): 637-641.
Taylor EL et al, (2014). Vaccines are not associated with autism: An evidence-based meta-analysis of case-control and cohort studies. Vaccines 32(29): 3623-3629.
Vaccines, Blood & Biologics: Thimerosal in Vaccines. U.S. Foods and Drugs Administration, U.S. Department of Health and Human Services.
Calentano LP et al (2014). Polio and the risk for the European Union. The Lancet 383 (9913): 216-217.

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