Grimson: “Hay que extrañarse de la manera en que hablamos de Argentina en tercera persona”
Prosecretaría de Comunicación Institucional – UNC
gmaffini@unc.edu.ar
En el marco de ese proyecto de crítica cultural –al que caracterizó como un intento de “desarmar Mitolandia”–, refutó una larga lista de “mitos”: los patrioteros, los decadentistas, los racistas, los referidos a los impuestos, a la supuesta unidad cultural de nuestro país, a los que enfrentan a la capital con el interior, entre muchos otros. Esta iniciativa se extendió poco después a la web (www.mitomanias.com.ar) y a una serie televisiva en el canal Encuentro.
En todos estos espacios, Grimson se propone debatir tales aseveraciones, a las que considera “bombas de tiempo que hay que desactivar para que el rompecabezas argentino se organice sobre bases plurales y para que el debate público no quede encerrado en Mitolandia”.
- Notas vinculadas
- Del libro a la web y al Canal Encuentro
Al leer “Mitomanías”, rápidamente se advierte una mirada jauretcheana, en el intento de recuperar las voces de la calle, las expresiones más cotidianas acerca de nosotros mismos. Resulta extraño que un científico social recurra a ese registro…
Me proponía indagar cómo hablamos, ya que el proyecto general consistía en recopilar frases que decimos sobre nosotros para refutarlas desde las ciencias sociales. Primero fue difícil saber cuáles eran esas frases y poder localizarlas, porque justamente no es sencillo reconocerlas. El volver extraño lo familiar fue un procedimiento que llevó varios años y significó estar con la oreja atenta y la libretita lista. Después, no todas las frases son fáciles de refutar desde las ciencias sociales, o éstas tampoco han aportado a todas ellas.
Fui haciendo el movimiento contrario: leyendo a mis colegas y mis propios trabajos pensando qué frases del sentido común estaban impugnando. Buena parte del trabajo de las ciencias sociales es cuestionar el sentido común, por una cuestión elemental: el sentido común naturaliza y las ciencias sociales deben reponer la contingencia, desnaturalizar. Siempre debe existir esa tensión, que es productiva.
En ese sentido, claramente ubico “Mitomanías” en el registro del ensayo y no del paper. Así me acerco a escrituras como las de Jauretche. El “Manual de zonceras argentinas” está pensado en una lógica muy similar. “Mitomanías” se inspira en parte en ese texto, pero también en “Mitologías” de Roland Barthes y en los trabajos antropológicos de Roberto Da Matta sobre Brasil.
Usaste muchas investigaciones científicas para refutar esos mitos. Pero también ocurre que muchas veces la propia academia -seguramente algunos actores más que otros- es una propagadora de ciertos mitos…
El problema es que la naturalización tiene efectos políticos complicados y perversos, la haga un académico, un almacenero, un hombre de derecha o de izquierda, aunque seguramente tendrá efectos distintos en cada caso.
En lo personal, la expresión “la academia” me provoca molestia, porque corremos el riesgo de reificar. Si bien no podemos dejar de hablar de la academia, al fin y al cabo no es una institución pecadora, sino que son académicos específicos los que estamos criticando.
Quizás uno de los grandes problemas es que la universidad es considerada como un espacio bastante cercano a lo sagrado; y cuanto más lejos está la gente de ella, más sagrada la considera. El problema surge cuando conocemos las miserias de los universitarios, cuando nos damos cuenta de que también somos seres humanos haciendo cosas, con todas sus virtudes y sus defectos.
¿Hay disciplinas particularmente creadoras de mitos?
La mayor parte de la Economía del tipo mainstream -las corrientes principales en esa disciplina- es productora de mitos, porque pretende darle trascendencia a sus afirmaciones como si fueran verdades. Postula que una receta que ellos construyeron –en un contexto determinado, desde una posición ideológica determinada– es una verdad técnica y aséptica. Eso, que no es suscrito por todos los economistas, es algo que sí afirman las corrientes principales de la Economía, que son quienes nos envían las recetas. No es un problema de disciplinas, sino de enfoques. En cualquier enfoque donde prevalezca la idea de que se pueden construir verdades trascendentes, ahistóricas, para lo social, estamos seguramente frente a la presencia de la fabricación mitológica.
¿Por qué te centraste en los mitos negativos?
De los mitos positivos, como San Martín, Evita y Belgrano, se encargan muchísimos autores. El punto para mí era por qué no nos extrañamos juntos sobre la manera en la que hablamos de la Argentina en tercera persona. Ahí hay un problema que, hasta dónde yo sé, no se había detectado.
Hablamos como los futbolistas…
Claro, pero los futbolistas que hagan lo que quieran. Nosotros somos una sociedad e insultamos al país en tercera persona: “La Argentina es tal cosa”; siempre algo negativo, pero en realidad Argentina somos nosotros.
¿Cómo continúa tu proyecto?
Con Emilio Tenti Fanfani estamos escribiendo sobre educación. Allí abordamos dos mitos sobre las universidades. Uno, que las casas de estudios argentinas deberían posicionarse en lugares altos de los rankings universitarios, como el de Shanghai, por caso. Ese ranking se basa en dos cosas: la cantidad de Premios Nobel que dan clase o estudiaron en cada universidad y la cantidad de papers de cada institución publicados en revista con referato.
Es un criterio muy particular. Lo primero que deberíamos preguntarnos los argentinos es si ese es el modelo de universidad que queremos. Porque en realidad suena bien: me encantaría tener una universidad donde voy caminando entre los Premios Nobel, suena bien para quien no conoce. Sucede que Argentina tuvo una opción: el ingreso irrestricto. ¿Eso implica sacrificar los Premios Nobel? No necesariamente, pero sabemos que en 1966 se desmontó toda la estructura de investigación científica –salvo iniciativas individuales–, que la última dictadura fue también terrible en ese sentido y que el alfonsinismo –que posiblemente hubiera querido darle más apoyo– no tuvo condiciones económicas para hacerlo y el menemismo no tuvo la voluntad.
Entonces, el problema es que, por razones muy distintas, algo que empezó en 1966 se comenzó a revertir recién en este siglo y es absurdo creer que Argentina vaya a producir Premios Nobel de un día para otro. Incluso asumiendo ese modelo, que es muy discutible: si tuviéramos una universidad donde enseñaran Marx, Weber, Foucault, Gramsci, Durkheim, Thompson, Jesús Martín Barbero, por nombrar sólo algunos, esa universidad estaría ultima en el ranking de Shanghai, porque ninguno de ellos fue Premio Nobel, ni podría serlo, porque no hay Premios Nobel de Sociología, de Ciencias Políticas, de Antropología o de Filosofía, sólo de Economía, lo que evidencia que las ciencias sociales no son parte de la evaluación de Shanghai. En segundo lugar, ninguno de todos esos referentes que te acabo de nombrar publicaba papers en revistas con referato.
Otro ejemplo que abordamos es una frase que, por lo menos en Buenos Aires, es muy repetida: “Los ‘60 fueron la época de oro de la universidad”. Hay que discutir esa aseveración, porque si bien los ‘60 fueron años muy buenos en cuanto a modernización, innovación, creatividad, a la apertura de carreras, al incentivo a la investigación, con la creación de Conicet a fines de los cincuenta y la presencia de Clementina en la Universidad de Buenos Aires, por lo menos deberíamos hacer una comparación seria con lo que sucede actualmente.
Esa comparación incluye pensar que hoy, en términos absolutos, hay 10 veces más estudiantes universitarios que hace 50 años y, en términos relativos, hay cuatro veces más: el 4% de la población argentina es estudiante universitario, cuando en 1960 representaban el 0,8% del total de los habitantes. En otros países como Brasil y México, que tienen en proporción la mitad de estudiantes universitarios, la mayor parte está en universidades privadas, cuando acá está en casas de estudio públicas. Entonces, ¿seguro que la época de oro fue en los sesenta? ¿No será que nuestra negatividad tan profunda nos impide ver cosas que están sucediendo y que están bastante bien, comparadas con lo que hubo en nuestro país?
También depende con qué te querés comparar. En general, las universidades al estilo de Harvard cuestan para un estudiante entre 50 o 60 mil dólares al año. ¿Con qué criterio razonable puede compararse algo así con una universidad en la cual la gente no paga, ya que está incluida en sus impuestos? Es ridículo comparar una cosa de muy pocos estudiantes como Harvard con universidades masivas como Córdoba, Buenos Aires, La Plata o Rosario. Me parece que en ese sentido hay algo que planteó Tenti Fanfani, una frase suya que a mí me parece extraordinaria: “Tenemos un problema, especialmente en educación, con lo que se llama el ‘comparativismo salvaje’”. Se comparan peras con manzanas, que en las ciencias sociales es inaceptable porque no se pueden comparar las cosas fuera de contexto.
¿Qué otros espacios, ámbitos o personas aportan a ir desarmando Mitolandia?
La idea de desestabilizar el sentido común no es una idea nueva, viene de tiempo atrás y tiene protagonistas fabulosos. Mafalda sintetizó la desestabilización de mitos durante mucho tiempo, de ideas arraigadas en el sentido común. El humor cumple esa tarea en varias ocasiones. Diego Capusotto es un protagonista obvio, lo mencioné en varias ocasiones. También subí al sitio web un monólogo de Dady Brieva, que por ahí es menos obvio.
Lo que quiero decir con esto es que no sé si siempre tenemos que buscar cómo se desarman mitos desde lugares centrales, prestigiosos y reconocidos como tales, sino indagar si estos procesos pueden darse desde lugares menos previsibles. Hay muchos humoristas de radio también -como por ejemplo Adrián Stoppelman-, que están trabajando en eso.
Es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y decano del Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes) de la Universidad Nacional de San Martín. A fines de abril dicto clases en la Maestría en Comunicación y Cultura Contemporánea del Centro de Estudios Avanzados de la UNC.
Del libro a la web y al Canal Encuentro
“Cuando trabajaba en el libro, sabía que no lo escribía para mis colegas, sino para el público en general. Me interesaba indagar hasta qué punto podemos lograr una traducción de la producción científica hacia un público amplio, con impacto político-cultural. En ese sentido, un libro puede ser un capítulo interesante de una intervención de ese tipo, pero si fuera la única sería relativamente limitada. Por eso cuando lo estaba preparando tenía en mente otras posibilidades, otros lenguajes, otros lugares de expresión y discusión”, recuerda Grimson.
En ese marco, la web www.mitomanias.com.ar fue puesta en línea prácticamente junto con la aparición del libro y fue actualizándose con nuevos mitos escritos por Grimson e incluso los mismos lectores.
A fines de 2012, lo contactó Alejandro Moltanbán, quien tiene una productora de televisión, y en los primeros meses de 2013 comenzaron a trabajar en el proyecto de un programa. El Canal Encuentro lo analizó, lo aprobó y empezaron a filmar a fines del año pasado.
El programa consiste en un stand up que hace Rudy y un monólogo de Grimson basado en adaptaciones de los textos del libro para TV, interrumpidos por sketchs escritos por Pedro Saborido e interpretados por el actor Chang Kim Sung.
Todo sucede en vivo, en un teatro con público, dispuesto en mesas y sillas. Son ocho capítulos, que llevaron cuatro jornadas de filmación. Cada emisión cuenta con un invitado, para bajar a tierra algunas de los temas. “El formato es completamente innovador, porque hasta donde sé no hubo programas de ciencias sociales con humor”, apunta Grimson.
Fecha de publicación: 20 agosto, 2014