Arte y ciencia para acercarse al medioambiente

“Campamento de dibujo” es un proyecto que buscó vincular artistas y científicos para compartir e intercambiar sus formas de abordar y conocer el mundo. La experiencia, avalada por el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal, se llevó a cabo en el Parque Nacional Quebrada del Condorito, en las Sierras Grandes de Córdoba. Convocó a investigadores de cuatro institutos de doble dependencia (UNC-Conicet), alumnos de escuelas rurales y público en general. La iniciativa fue impulsada por la reconocida artista Irene Kopelman, egresada de la Facutad de Artes UNC, y obtuvo el primer premio en la Bienal Fundación Medifé Arte y Medio Ambiente. [12.04.2017]

Por Eloísa Oliva
Redactora UNCiencia
Prosecretaría de Comunicación Institucional – UNC
eloisa.oliva@unc.edu.ar

Por Eloísa Oliva | Estamos en el Parque Nacional Quebrada del Condorito, hacen alrededor de quince grados menos que en Córdoba capital. El viento y el sol pegan fuerte sobre la piel. Hasta aquí hay que desplazarse –con alimento, ropa de abrigo y elementos de camping– para participar de la experiencia que propone “Campamento de dibujo”, el proyecto ideado por la artista cordobesa radicada en Holanda, Irene Kopelman, quien recibió por este proyecto el primer premio de la Bienal Medifé  Arte y Medioambiente.

En ronda, las presentaciones. Seremos quince personas, hay artistas, arquitectos, estudiantes, docentes, psicólogos, ingenieros y un biólogo mexicano que está de visita. Alguien dice: “Arte y biología apuntan ambos a entender cómo funcionamos en interacción”.

Kopelman presenta a Constanza Maubecín y Nicolás Rocamundi, ambos biólogos. Ellos nos llevan hasta unas rocas, cerca de un arroyo, donde cada uno encuentra lugar para acomodarse. Maubecín y Rocamundi estudian la relación entre las plantas y sus polinizadores. Explican, haciéndonos preguntas e indagando en nuestro sentido más inmediato, que la mayoría de las plantas que habitan la Tierra tienen flores y necesitan que los animales transporten su polen para fecundar. “Para conseguir este transporte, las flores utilizan estrategias de seducción”, aclaran.

Durante una hora, nos hablan de las estrategias florales, de las relaciones y las regulaciones que se establecen en ese mundo que tenemos ahí, al lado, y que es casi desconocido para nosotros. Después nos proveen de una “imagen de búsqueda”. Esto es, una descripción, como las que utilizan ellos, para ir al terreno y reconocer su objeto de estudio. Nos hablan de una flor: “Crece sobre cursos de agua no muy rápidos… tallos tendidos y flotantes… una flor amarilla que crece solitaria, de cáliz campanulado y corola de entre 1 centímetro y 1,8 centímetros”. Ahora la dibujamos, luego contrastamos nuestro dibujo con la flor real, y volvemos a dibujarla. La flor ya no será la misma para ninguno.

Después del mediodía, Sofía Pestoni –que estudia la interacción entre especies, individuos y comunidades– nos hace observar los perfiles de las pasturas: la deyeuxia, la poa, la festuca. Primero el individuo; luego nos alejamos y, trepando hasta un promontorio, observamos los “parches”, las comunidades. Sofía habla de las “invasiones biológicas”, de plantas que son más fuertes que otras y son ignoradas por el ganado y de esa manera se vuelven plaga. De cómo compiten por la humedad y la luz. Del “disturbio cero”, algo no deseable en un sistema, de los guanacos que una vez habitaron la zona y el intento de reintroducirlos hace algunos años, iniciativa que terminó en un fracaso por la presencia de los alambrados. Dibujamos las pasturas, primero los “individuos”, después los parches que componen el paisaje.

Al día siguiente, será el turno de estudiar los líquenes con Juan Manuel Rodríguez, biólogo del  Instituto de Investigaciones Biológicas y Tecnológicas (Iibyt). Aprenderemos que son un tipo de hongo, que cubren el 90 por ciento de la superficie de las rocas y se componen de una alianza de supervivencia entre dos hongos y un alga; que el 30 por ciento de las Sierras Grandes es roca; que aquí hay más de 300 especies de líquenes y una especie de Barba de piedra única en el mundo.

Por la tarde, Miguel Ezpeleta, geólogo del Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra (Cicterra), nos hablará de la “sopa de minerales” que son las rocas, y de cómo en el interior de las cordilleras se forman cámaras magmáticas que van cociendo esa sopa. “Nuestra tarea es analizar la piedra ya constituida y entender cuándo y dónde se formó”. Levantando una del suelo, nos pregunta: “¿Saben cuántos años tiene esta piedra?”. Y nos da la respuesta: “390 millones de años”.

Ahora ya oscureció y no hay más luz que la de dos soles de noche en el gazebo que hace de salón de usos múltiples del campamento. A pesar de estar aún en verano, la temperatura ronda los cinco grados. Kopelman nos cuenta que, más que una obra propia, esta es una situación, una experiencia, donde lo que buscó fue socializar su metodología de trabajo, que lleva adelante hace más de 15 años en diferentes paisajes y ecosistemas; abrir ese diálogo con los científicos y la práctica del dibujo como herramienta para conocer el mundo a un público más amplio. La búsqueda guía es clara: “Generar empatía entre individuos humanos y no humanos, llegar al medioambiente a través del arte”.

Imagen alusiva al video

Frente a la pregunta de por qué la elección del dibujo, la artista explica que le interesa la conexión mente-mano que genera el dibujar; la toma de decisiones que alguien realiza antes de empezar sus primeros trazos, que implica un esfuerzo de focalización y entendimiento de lo que se tiene enfrente, así como la operación de recorte.

“Lo que el dibujo aporta es quedarse más con las cosas. Es un método de aprendizaje amplio, que exige detenerse a mirar, estar. En ese ejercicio, lo que uno mira se transforma, es registrado de otra manera, y para eso no hace falta ser dibujante. Genera un cambio en la forma de conocer”, sostiene la artista. Y agrega que, en general, “uno le pasa por encima al mundo sin verlo”. Esa es la razón por la que decidieron trabajar sobre los aspectos menos visibles en un primer acercamiento. “Cómo funciona el ciclo de la tierra con la planta, el líquen, la raíz con la tierra. Vínculos muy mínimos y fundamentales. Después de saber algo más y dibujarlo, el paisaje se abre, ya no es algo estático, sino algo vivo, lleno de hongos y suelo y ciclos, una cosa mucho más compleja que lo que uno ve si no sabe nada”, completa.

Natalia Pérez Harguindeguy, bióloga del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (Imbiv) que participó de encuentros realizados en la Escuela Ceferino Namuncurá, relata la experiencia con los alumnos. “Como era previsible, los más pequeños fueron quienes más rápidamente se interesaron por las cosas que les contamos o mostramos y también quienes más preguntaron. Los mayores se mostraron más retraídos, casi en una pose de desinterés, al menos al principio. Lo curioso es que casi nadie pudo resistirse a dibujar algo una vez que tuvieron un papel blanco y un lápiz en la mano”. Y completa: “Así como para los científicos ir al campo a observar, volver a diseñar un proyecto y luego regresar al campo para pulir detalles antes de llevarlo a cabo es un proceso casi imprescindible, para muchos de los chicos de las escuelas, así como para los artistas que participaron en las otras instancias, la charla con los científicos sirvió para acercar los objetos que antes eran una parte imperceptible o irrelevante del paisaje”.

Uno de los nodos en el vínculo entre procesos artísticos y científicos en este proyecto es justamente la idea de paisaje. “Ellos hablan mucho de qué preguntarle al paisaje”, señala Kopelman, en relación a las preocupaciones de los científicos surgidas de los diálogos en el marco del campamento.

Preguntados acerca de qué es o cómo lo conciben, los investigadores ofrecen distintas respuestas. “Para los biólogos, el paisaje representa la configuración particular de la topografía y comunidad de seres vivos, incluido el hombre, de un cierto lugar geográfico. El paisaje puede ser natural o cultural, si ha sido modificado por el hombre”, indica Andrea Cocucci, director del Imbiv.

Pérez Harguindeguy incorpora otra noción que es un punto de contacto con la disciplina artística: “Siempre lleva implícito la noción de un sujeto observador y un sujeto observado, que es el terreno”. Sofía Pestoni lo define como “una entidad que se observa y que nos permite apreciar el objeto de estudio a una escala en la que se distinguen los organismos en conjunto, interactuando con otros conjuntos de organismos y con el ambiente en el cual se ubican”.

La escala es otro de los puntos en los que ciencia y arte se vinculan. En relación a esta problemática, Kopelman destaca que como “dibujante y dibujante de naturaleza, la escala en la que uno va a representar el paisaje es el primer problema; qué parte entra a tu papel y qué porcentaje de esa realidad vas a encuadrar”.

Otra problemática común que apareció en los días de trabajo conjunto es el de la representación. Pérez Harguindeguy reflexiona sobre ello: “En el trabajo científico, muchas veces no podemos medir o cuantificar los procesos en los que estamos interesados, sino que más bien tomamos a los patrones que son el resultado de esos procesos como una representación de estos últimos. A su vez, la representación está presente en el modo en que mostramos nuestros resultados y esquematizamos procesos”.

Constanza Maubecín y Nicolás Rocamundi agregan otro punto en el que arte y ciencia se tocan en relación a la representación. En ciertas áreas como la taxonomía o la paleontología, se requiere de un trabajo artístico “para ilustrar con precisión cada una de las especies que son descubiertas y para representar ambientes y organismos que existieron en el pasado y que nosotros imaginamos en base a la información actual”.

Kopelman, sin embargo, destaca que, mientras que para los científicos la representación es una herramienta, para los artistas “lo es todo, porque nuestra problemática tiene que ver con el lenguaje visual”. Y señala que si bien hay una mediación en ciencia, los científicos lo tratan de evitar y los artistas no. Por ejemplo, “cuando tiran las cuadratas (herramienta de trabajo de campo) lo hacen sin mirar dónde van a caer. El científico no trabaja tanto sobre la individualidad, los artistas sí, dejamos entrar al yo, la pregunta es cómo yo represento esto”.

Por otra parte, la artista destaca también la diferente concepción de algunos elementos del lenguaje visual en los que los biólogos reparan particularmente. “Las plantas tienen determinados colores por ciertas causas, y una forma y unas texturas por una cuestión funcional. Donde nosotros vemos solo formas, texturas y color, ellos ven funcionamiento”.

Más allá de estas problemáticas conceptuales, el punto central de acercamiento que destaca Kopelman y que la llevó a desarrollar este proyecto se centra en los procesos. El revés del paper científico o de la obra expuesta, lo que no se ve, ese espacio donde el conocimiento se genera, pero que queda al margen de lo comunicable por cada disciplina. “Cuando los científicos publican no se nota nada de todo esto, que es lo que a mí me interesa, el trabajo de campo; y siento que también en el arte pasa lo mismo: uno pone una obra y listo, es como si no hubiera pasado nada por detrás”, señala.

En torno a los modos de trabajar, destaca: “Lo que ellos hacen es plantearse un enigma y después formas de resolverlo. Tienen un problema, se preguntan algo, y empiezan a plantear metodologías para llegar a una respuesta. Y lo que yo hago no es muy diferente. Para ellos es un poco menos arbitrario porque se adscriben a unos ciertos protocolos, pero igual tienen bastante margen. El artista traza sus propios métodos, y existe la posibilidad de correrse si se tiene ganas o si a uno le cambia el tema”.

Acerca del impacto que el trabajo compartido pueda haber tenido para artistas y científicos, Kopelman destaca que, para los no científicos que participaron de esta experiencia “el paisaje se decodificó, dejó de ser críptico. En ese sentido, Sofía Pestoni dice que la experiencia le “abrió los ojos a la observación de la naturaleza desde otro punto de vista. Pérez Harguindeguy, por su parte, concluye que, como científica, no sabe “si podría decir hoy qué significó ese diálogo a mediano o largo plazo, pero en el momento sí implicó la sensación de sentir que estábamos hablando un mismo lenguaje”. 

Equipo de “Campamento de dibujo”
Irene Kopelman (idea y dirección del proyecto), Laura Del Barco (producción), Martin Bustos (producción y asistencia en el campo), Cecilia Salomón (diseño), Verónica Cuello (educación), Natalia Ferreyra (comunicación y registro).
Investigadores UNC-Conicet que participaron
Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (Imbiv) | Alicia Sersic, Andrea Cocucci, Natalia Pérez Harguindeguy, Georgina Conti, Pedro Jaureguiberry, Eduardo Nouhra, Noelia Cofré, Paula Tecco, Paula Marcora, Contanza Maubecín, Nicolás Rocamundi, Sofía Pestoni y Lucas Enrico.
Instituto de Investigaciones Biológicas y Tecnológicas (Iibyt) | Juan Manuel Rodríguez y Daniela Tamburini.
Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra (Cicterra) | Miguel Ezpeleta
Instituto de Antropología Córdoba (Idacor) | Jessica Manzano García y David Jiménez Escobar

La experiencia “Campamento”

La experiencia “Campamento”

El proyecto involucró a varias instituciones, como la Administración de Parques Nacionales Región Centro, el Parque Nacional Quebrada del Condorito, el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal y la Subsecretaría de Educación Rural de la Provincia de Córdoba.

Actualmente se está trabajando en la edición de una publicación que recopila los dibujos realizados en el marco del “Campamento de dibujo” y algunas conclusiones en torno al proyecto. Se estima que esta obra se pondrá en circulación a mediados de mayo de este año, en el marco de una muestra que se planifica para la misma fecha en la ciudad de Córdoba. Ambas, presentación del libro y muestra, están planeadas para el 12 de mayo en el Museo de las Mujeres de la ciudad de Córdoba.

Proyecciones y antecedentes

Proyecciones y antecedentes

Sobre futuras instancias de intercambio, tanto artistas como científicos se muestran optimistas. Kopelman espera que “Campamento de dibujo” pueda sentar un precedente. Por su parte, Andrea Cocucci, director del Imbiv, agrega: “Si bien las artes y las ciencias se han desenvuelto tradicionalmente en terrenos intelectuales separados, creemos que existe un amplio y potencialmente fértil interregno entre las dos aproximaciones.

Ambas tienen a la sociedad como destinatario de sus esfuerzos, por lo puede resultar sorprendente que iniciativas de comunicación de arte y ciencia en estado de fusión no sean planteadas con más frecuencia”. Y destaca que, “como institución científica y académica fuerte y ampliamente comprometida con los temas ambientales locales y globales” les fue grato poder apoyar esta iniciativa artística.