Golombek: “La religión no es un comportamiento racional”
A días de su llegada a Córdoba para presentar su último libro, el reconocido divulgador dialogó con UNCiencia. Considera que en algún momento se tendrá una compresión completa del funcionamiento del cerebro, pero reconoce que todavía falta mucho para ese momento. El miércoles 17, a las 19 horas, brindará una charla sobre su publicación en el auditorio de la Facultad de Odontología, ubicado en la intersección de Valparaíso y Haya de la Torre, en Ciudad Universitaria. La entrada es libre y gratuita. No es necesario retirar invitación. [12.12.2014]
¿Es hereditaria la religión? ¿Existe un gen de Dios? ¿Vive Dios en un firmamento de conexiones neuronales? ¿Qué misión cumplen las creencias religiosas en la evolución del hombre?
Diego Golombek, el conductor de “Proyecto G” en el Canal Encuentro, presentará en Córdoba su libro “Las neuronas de Dios. Una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel”. Lo hará en la Universidad Nacional de Córdoba, en el marco de un evento coorganizado por UNCiencia y librería Quade.
La publicación no indaga sobre la existencia de Dios, menos aún en las creencia personales; parte, en cambio, de considerar a la religión como un fenómeno natural y, por ende, dentro del campo de estudio de las ciencias naturales. Se trata de un trabajo donde su autor explora lo que denomina una neurociencia de la religión, una comprensión científica de las experiencias que se aglutinan en torno a la creencia en un poder supremo.
A días de su arribo a Córdoba, Golombek, docente de la Especialización en Comunicación Pública de la Ciencia y Periodismo Científico de la Universidad Nacional de Córdoba, dialogó con UNCiencia.
¿Cómo surgió la idea del libro?
Me interesa la divulgación de la ciencia cotidiana, contar aspectos científicos de las cosas de todos los días. Y no cabe duda de que para la enorme mayoría de la población la religión es un aspecto más que cotidiano, hasta íntimo. El estudio académico de las religiones estuvo limitado sobre todo a las ciencias sociales y la filosofía, pero los últimos avances de las ciencias naturales (sobre todo de la neurociencia y la genética) permiten estudiar el fenómeno religioso o, más bien, el de las creencias, desde un nuevo punto de vista que me parece fascinante como para difundir.
¿Estamos predispuestos genéticamente para la fe? ¿Y en todo caso, hasta qué punto puede la cultura modificar mandatos genéticos?
Cuando un fenómeno es tan universal, cabe preguntarse si responde no solo a cuestiones culturales sino también biológicas, y existen evidencias de que la propensión a las creencias (en términos generales, pero específicamente aquellas relacionadas con lo sobrenatural) vienen en cierta manera como características innatas, lo que lleva a la hipótesis de que podrían ser heredables. Por supuesto, a esta propensión natural se le suma lo sociocultural, que en este caso es preponderante. Siguiendo estas hipótesis podríamos decir, un poco temerariamente, que si la creencia es innata, su falta (el ateísmo, en sus diversas versiones) sería algo cultural que se sobrepone a lo heredado. Pero esto siempre dentro del terreno de las conjeturas.
Desde un punto de vista biológico, ¿qué ventajas evolutivas puede tener la creencia en un poder superior, en un Dios?
Podríamos pensar que la creencia en algo sobrenatural tiene dos ventajas evolutivas. Por un lado, el no confiarse en explicaciones naturales nos puede hacer más precavidos, una especie de creencia “por las dudas”, no vaya a ser que realmente haya algo allí afuera y nosotros no salgamos corriendo. Pero si esa creencia se vuelve algo en común con los vecinos, otorga una fortaleza social, una cohesión comunitaria que muchas veces viene acompañada de un código moral/solidario en común que sin dudas fortalece las relaciones sociales.
En algún tramo de tu libro surge la idea de que las personas adhieren a una religión en búsqueda de algún placer o recompensa ¿Cómo funcionaría esto?
Otra de nuestras funciones innatas es la de búsqueda de recompensa, que está representada por circuitos específicos en el cerebro. Estos circuitos se activan frente a fenómenos relacionados con las creencias sobrenaturales; en forma simplista podríamos decir que estas creencias, y los rituales que la acompañan, nos causan placer y por ello las buscamos una y otra vez. Algo similar ocurre con algunas drogas adictivas, que activan circuitos similares en el sistema nervioso central.
¿Pensás que en algún momento la ciencia llegará a tener una comprensión completa del funcionamiento del cerebro?
Sí, no me cabe duda, aunque también creo que estamos muy lejos de ese momento. Si bien hay detractores que afirman que conocer al cerebro es “un problema difícil” (vaya nombre se buscaron, le dicen “the hard problem”) porque estamos tratando de entender una estructura tan compleja con exactamente la misma herramienta que está bajo estudio. Creo que de a poco vamos a ir avanzando en la comprensión de sus misterios, tanto a nivel molecular y fisiológico como, eventualmente, cognitivo.
Hay una frase en tu libro: «Si la religión es un virus, la ciencia puede ser una vacuna». ¿Cómo debería interpretarse en un mundo donde el conocimiento científico avanza a una velocidad vertiginosa?
Y bueno, ahí salgo un poco del closet… Más allá de las indudables ventajas que otorga la religión, particularmente en términos sociales, de comodidad intelectual, de cohesión en la comunidad, de solidaridad, no cabe duda de que no es un comportamiento racional y que, en ese sentido, en su origen está reñido con las bases de la ciencia. La fe y la evidencia caminan por circuitos paralelos, y cuando se tocan suele ser para mal. Creo firmemente que el pensamiento científico, racional, exento del principio de autoridad y que no necesita mitos ni revelaciones, es la herramienta más poderosa que inventó la humanidad para conocer el mundo –incluyéndonos a nosotros mismos– y que, bien inoculado, podría ser sanamente contagioso.
Autor de más de cien trabajos de investigación científica en revistas internacionales, fue investigador o profesor invitado en numerosas universidades de todo el mundo. Por sus aportes, y en particular por un trabajo sobre el viagra y los hámsteres, recibió el curioso (aunque académico) premio Ig Nobel. Entre muchas otras distinciones, recibió también la beca Guggenheim.
A lo largo de su trayectoria como divulgador de la ciencia, condujo diversos ciclos televisivos. Actualmente dirige la colección “Ciencia que ladra» en Siglo XXI Editores Argentina.
Fecha de publicación: 11 diciembre, 2014