Misterioso sudario

Un paseo en auto por las sierras de Córdoba se transforma en un enigma a resolver, en una improvisada investigación forense, en un acto póstumo de arte animal, en un desafío ornitológico. Todo, en un segundo. [09.08.2017]

Por Guillermo Goldes
Colaborador UNCiencia
Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación – UNC
divulgacion@famaf.unc.edu.ar@unc.edu.ar

Transcurría el invierno de 2016. Era domingo, a eso de las seis de la tarde, justo antes del crepúsculo, en la zona de Santa Catalina, cerca de Ascochinga. Recorríamos un camino de tierra sin consolidar en una camioneta de color bordó. ¿Importa el color? Sí, en este caso, importa; es una cuestión de contrastes. De repente, sonó un estruendo. El golpe característico de un cuerpo contra la chapa del vehículo. Podría haber sido una pedrada, aunque hubiera resultado raro en pleno campo. Al asomarnos por la ventanilla, nada. Ningún proyectil, ni resto visible. Solo quietud y polvo en suspensión.

Seguimos viaje sin perder demasiado tiempo. Luego de una hora de marcha, repostamos combustible en una estación de servicio bien iluminada, cerca de Río Ceballos. Recién allí examinamos en detalle el auto, sin esperar nada extraño. El asombro nos embargó: en la puerta delantera derecha podía verse la imagen de un ave mediana delineada en el polvo. En esa reproducción se distinguía hasta el más mínimo detalle. Nunca habíamos visto una representación tan nítida, con sus alas, sus plumas, su cabeza, el pico, su ojo, todo finamente trazado…con tierra.

Tomamos algunas fotos, nos maravillaba su perfección. Más aun considerando que había sido copiada por contacto entre el cuerpo de un ave, ya seguramente sin vida, y la chapa del auto. Y nadie nos creería sin mostrar la imagen tal cual la vimos. De hecho, algunas personas desconfiaron de nuestro relato y sugirieron que un artista había intervenido. En todo caso, no fue un artista humano.

Estuvimos persuadidos de que un ornitólogo podría, con solo ver las fotos, identificar la especie de ave que nos había impactado. Cuando le comentamos nuestra idea a Guillermo Galliano, observador de aves y fotógrafo profesional, él mismo se encargó de bajar nuestras expectativas. No creía posible identificarla.
Cuando le enviamos las fotos, sin embargo, comenzó a cambiar de idea. Manifestó que tampoco él había visto una imagen tan detallada como producto de un golpe. Seguramente y por un instante, también desconfió de nuestra versión. Pero luego cedió ante la evidencia.

Imagen del atajacaminos. Vía Wikimedia Commons.

Al día siguiente, nos envió el siguiente mensaje: “Con un 90% de probabilidad, el ave era un atajacaminos cola de tijera, es decir, un Hydropsalis torquata. Y era un macho, porque la hembra no tiene esa larguísima cola dividida”.

El misterio estaba parcialmente resuelto. Pero nunca supimos por qué capricho natural la imagen del animal, de aspecto extraño pero muy común en nuestras sierras, había quedado estampada con tanta fineza. Casi parecía un reclamo por haber segado, prematuramente, su vida. Quizás por eso, durante algunos días, sentimos la necesidad de investigar sobre las características de esta especie.

El atajacaminos es un ave de plumaje color pardo veteado. Eso le permite camuflarse cuando se posa en el suelo, entre la hojarasca, donde habitualmente construye su rudimentario nido. Allí pone sus huevos, que son claros con líneas y pintas oscuras.

Tiene grandes ojos y una serie de plumas sensoriales modificadas a ambos lados de su pequeño pico, que parecen pelos más que plumas. Se llaman vibrisas y le sirven para detectar su alimento: insectos. Sus hábitos son crepusculares y nocturnos, por lo que suele aparecer al atardecer.

Su vuelo es silencioso y acrobático. Se pueden consultar imágenes y datos de esta y otras aves argentinas, por ejemplo, en el identificador de aves argentinas.

Llevamos el estandarte del atajacaminos en la puerta por más de dos semanas. Parecía fijado por algún sutil sortilegio. Ese triste y maravilloso sudario resistió de manera obstinada. Hasta el momento en que decidimos dejarlo descansar: la camioneta rumbeó hacia al lavadero. Conservamos las fotos, solo para cerciorarnos de que el episodio fue cierto.