Cómo se imaginan a los científicos los estudiantes de secundario en Córdoba
Como parte de un programa de articulación con escuelas, un grupo multidisciplinario de investigadores provenientes de distintas unidades académicas de la Universidad Nacional de Córdoba implementa un taller para romper los estereotipos que comparten los alumnos del nivel medio que cursan en distintas instituciones en la provincia. La iniciativa recurre a juegos y experimentos para mostrar la labor cotidiana de los trabajadores de la ciencia. La idea central es que no existe un título de científico, sino un modo de construir conocimiento. El proyecto se presenta como un aporte para generar vocaciones científicas. [11.03.2015]
Prosecretaría de Comunicación Institucional – UNC
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Varón, de aproximadamente 50 años, calvo o despeinado, preferentemente con anteojos y de impecable bata blanca o guardapolvo. Trabaja solo, en un laboratorio lleno de tubos de ensayo y muchas veces ubicado en un subsuelo. De escasa o nula vida social, sin familia y con una explícita desvinculación de los intereses, gustos y caprichos de la gente común, como ser hincha de un club de fútbol, comer chocolate o disfrutar un asado con amigos. Esa es, sintéticamente, la imagen casi unívoca que tienen de los “científicos” los estudiantes del secundario en la provincia de Córdoba.
Así lo registran las observaciones realizadas en el marco de un proyecto de vinculación implementado desde la Facultad de Ciencias Químicas (FCQ) y en el que también participan investigadores de las facultades de Psicología, Ciencias Médicas, Ciencias Agropecuarias, Ciencias Exactas, Físicas y Naturlaes, Matemática, Astronomía y Física, y de la Escuela de Ciencias de la Información.
Los estereotipos del científico y de la actividad de investigación que realiza forman parte del acumulado de representaciones sociales que circulan como conocimiento compartido del sentido común y, como tal, no alcanza solo a los jóvenes sino a toda la sociedad. Sin embargo, entre los alumnos del secundario tiene un papel determinante, ya que es en esa etapa de su vida cuando los futuros profesionales definen sus vocaciones.
Con ese marco de referencia trabaja el proyecto de vinculación “Aproximación a la Representación Social del rol del científico en estudiantes del nivel medio. Estímulo a la vocación científica en los jóvenes”, dirigido por Mónica García, de la FCQ. “El foco está puesto en que los chicos vean como una posibilidad cierta y cercana el dedicarse a la ciencia. Que exista como parte del menú de oportunidades a la hora de elegir continuar estudiando”, explica.
Las apariencias engañan
La propuesta de trabajo es un taller que inicia con el video “Ser astronauta o tomar mate”, que plantea por qué, para una actividad tan simple como tomar mate, es necesario contar con una atmósfera. Luego proyectan imágenes con la consigna de identificar el trabajo de las personas según su apariencia. Si lleva traje, portafolio y está bien peinado, es ejecutivo, empresario, abogado o contador. Si es joven, delgada y con músculos tonificados, se trata de una deportista. Si la mujer usa guardapolvo, es maestra; pero si lleva una chaquetilla, es médica u odontóloga. Las respuestas varían, pero siempre en un rango muy cercano en el que fácilmente se logran acuerdos y consensos de sentido.
“¿Y qué apariencia tiene un científico?”. La indagación dispara respuestas casi unívocas y complementarias. Describen a un hombre adulto, de bata blanca, que trabaja solo y aislado, con una pequeña variación que va del señor pelado de anteojos (genio, nerd) al despeinado y desprolijo (el científico loco).
Puesto en evidencia y analizado el concepto de estereotipo como miradas comunes compartidas, quienes coordinan el taller se ubican como centro del debate: «Y para ustedes, ¿qué somos nosotros?». “A mí suelen identificarme con una maestra jardinera o pediatra, argumentando que es por la forma en la que hablo, me expreso y explico”, apunta Mónica García.
“A partir del relato de nuestra rutina diaria –completa–, les vamos contando a los estudiantes qué es y qué hace un científico. Les explicamos que no solo trabajan en un laboratorio, sino que muchos toman muestras y estudian a cielo abierto; que algunos participan en misiones en la Antártida, hay quienes estudian las plantas, los animales, el océano, la tierra; otros desarrollan estudios para grandes empresas. Esto permite amplificar la noción de ciencia que los estudiantes comparten, mostrando una perspectiva más general del campo científico. Y como los integrantes del proyecto provenimos de diferentes áreas y carreras, les contamos muchas cosas desde lo que hacemos particularmente cada uno de nosotros en investigación”.
De la teoría a la práctica
Después de replantear la imagen idealizada del científico por una más cercana y palpable, quienes implementan el taller proponen experimentos a los chicos, que involucran reacciones químicas, estudios de percepción y sensibilidad. Allí abordan desde el planteo de las hipótesis hasta el diseño experimental para su comprobación.
Para romper con la idea de la solemnidad de la ciencia, todas las actividades son abordadas teniendo en cuenta el componente lúdico. “Trabajamos con la idea de que no hay un título de científico, no hay un diploma, sino que se trata de una vocación científica, un modo de actuar, una manera de construir conocimiento. También intentamos ejemplificar situaciones de la vida cotidiana y mostrar cómo se puede ir ‘descubriendo’ la ciencia. Por ejemplo, lo que ocurre cuando alguna persona está cocinando una salsa cuyo sabor es demasiado ácido. El actuar de la persona es agregar una pizca de azúcar o bicarbonato para reducir el nivel de acidez y esto lo hace sobre la base de la experiencia y del conocimiento popular”, comenta García.
En los talleres también surgen discusiones sumamente interesantes, como la importancia de los científicos para el desarrollo de un país o una región y cómo eso se relaciona con las distintas profesiones, su retribución económica o el reconocimiento social.
De todos modos, el eje central de la iniciativa es que la ciencia se convierta en una opción cierta y válida de formación profesional,entre las tantas posibles para los alumnos. “Tratamos de contribuir a que la decisión de seguir estudiando tenga un abanico más grande de posibilidades. Creemos que esto permitiría un mayor éxito en el desarrollo de las vocaciones de los estudiantes”, argumenta García.
Complementariamente, la propuesta prevé una serie de actividades en las que cada escuela puede participar, como la “Semana de la ciencia” en la Facultad de Ciencias Químicas, o visitas a los laboratorios, la “Jornada de puertas abiertas” de la Escuela de Ciencias de la Información y recorridos por el laboratorio de neurofisiología de la Facultad de Psicología. “En los laboratorios, los chicos se encuentran cara a cara con investigadores y ven –sobre todo en Ciencias Químicas– que también hay mujeres, que no trabajan solos, que el clima es distendido y que hay jóvenes. Pero principalmente, que son personas comunes como cualquiera de ellos”, concluye Mónica García.
La iniciativa que coordina Mónica García lleva ya varios años en ejecución. “En un principio, trabajábamos con los cursos que estaban finalizando el secundario. Después comprendimos que era mejor con alumnos de tercer y cuarto año, sobre la finalización del ciclo básico, para que esta ampliación de miradas y posibilidades estuviera presente como un aporte a la hora de elegir la especialización de nivel medio”, explica García. Durante 2014, el proyecto trabajó con talleres en 11 colegios públicos y privados del interior de la provincia y de Córdoba capital.
En la FCQ, cada año, en diciembre,se realizan las Jornadas de Articulación, donde se muestran los proyectos implementados y se presentan las iniciativas para el próximo ciclo lectivo. Muchos docentes y directivos de diferentes escuelas visitan la muestra y eligen en qué proyecto participar según sus necesidades e intereses.
Fecha de publicación: 11 marzo, 2015