El periplo del oro: de las supernovas a la basura
El oro fue considerado valioso desde la antigüedad: es escaso, llamativo, fácil de trabajar para convertirlo en monedas o joyas, en láminas e hilos delgados; es brillante y bastante inalterable. Por sus características químicas, no se combina fácilmente con otros elementos, y habitualmente se presenta en la naturaleza en estado puro o nativo. En esto se diferencia del hierro, que aún siendo mucho más abundante en la corteza terrestre, siempre se encuentra combinado formando óxidos y otros minerales, y no en estado metálico. [30.07.2014]
2 – Geólogo, Profesor de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales e Investigador del Conicet
El oro es extravagante. Como la mayoría de los elementos más pesados de la tabla periódica, se genera en explosiones de supernovas, esos catastróficos episodios finales de la existencia de estrellas de masas mucho mayores a la del Sol. Durante esas explosiones se liberan grandes cantidades de energía al espacio, y se dispersan elementos químicos que no se producen en épocas más tranquilas, incluido el oro .
Sin embargo, tiramos a la basura grandes cantidades de oro todos los días. Es que la mayoría de los aparatos electrónicos como computadoras, celulares, televisores o tabletas, tienen contactos recubiertos de ese metal precioso, no sólo porque es muy buen conductor eléctrico sino porque se deteriora menos que el cobre con el paso del tiempo.
Hagamos números: un gramo de oro cotiza hoy en Argentina aproximadamente a 500 pesos. Para obtener esa cantidad de metal harían falta 20 o 30 celulares en desuso, es decir, unos dos kilogramos de desechos electrónicos. Sin embargo, esto aún no es posible ya que no existe la tecnología apropiada para recuperar el oro de la electrónica a gran escala y en forma rentable. El desarrollo de sistemas capaces de hacerlo es un verdadero desafío para las nuevas generaciones de tecnólogos. Es por ello que el oro no se recicla.
La mayor parte del oro que se utiliza se sigue extrayendo de la naturaleza, de grandes minas a cielo abierto, como Bajo la Alumbrera en Catamarca, o Veladero en San Juan. Allí se obtiene excavando enormes pozos abiertos de kilómetros de diámetro, extrayendo y moliendo las rocas, que son tratadas químicamente para separar el oro y otros metales por lixiviación. En este proceso se utiliza cianuro diluido, elemento que debe gestionarse con el mayor cuidado ya que es potencialmente muy contaminante. Este proceso requiere, además, la utilización de grandes cantidades de agua.
Para sorpresa de muchos, obtener un gramo de oro puro de esta forma implica procesar unos 500 kilogramos de mineral. Es decir, cualquier aparato electrónico tiene unas 250 veces más concentración de oro por kilogramo que los yacimientos a cielo abierto. Es que el metal está tan diseminado que la única forma de extraerlo es procesando enormes cantidades de roca.
Pero esto no siempre fue así. En el pasado se extraían extensas vetas de oro nativo, hoy prácticamente agotadas. En la provincia de Córdoba, por ejemplo, ya en la época jesuítica existieron explotaciones auríferas. Eran modestas en cuanto a su volumen, se desarrollaban excavando estrechos túneles y galerías en la roca, y no afectando montañas completas. Las principales se encontraban en la zona de La Candelaria, que incluye, por ejemplo, las minas de La Argentina y de Oro Grueso, una localidad escondida en las proximidades del pueblo fantasma de Canteras Iguazú. Hoy se encuentran abandonadas porque ya no resultan rentables.
De las vetas de oro nativo, la erosión desprendía finos granos que solían terminar mezclados con arena en los lechos de los ríos. Esos granos se concentraban en forma manual usando bateas, y luego se amalgamaban con mercurio. Esa mezcla luego era calentada y el mercurio se separaba del precioso metal por destilación (al calentarlo, el mercurio se evapora a los 357° C), dejando como residuo el oro, que se funde a más de 1.000° C. Esta explotación artesanal aún se practica en muchos lugares, como por ejemplo en el área de La Carolina, provincia de San Luis, y debe ser controlada rigurosamente ya que el uso de mercurio también es contaminante.
Han pasado siglos desde que el oro comenzó a utilizarse como medio de intercambio, como reserva de valor, como metal ornamental, como instrumento de ostentación. Luego de atravesar varias “fiebres del oro”, hoy pertenecemos a la primera generación que sistemáticamente desecha este codiciado metal, bajo la forma de basura electrónica. Es un dudoso privilegio. Una muestra más del irracional sistema de consumo en el que vivimos.
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Fecha de publicación: 30 julio, 2014