“No se puede vivir añorando lo que uno escribió”
Griselda Gambaro no es cualquier novelista y dramaturga argentina, es una de las primeras en hacer camino en la escritura de obras de teatro en el país, en una época en que las tablas eran dominadas por la producción de autores masculinos. La Universidad Nacional de Córdoba le concedió el Premio Universitario de Cultura “400 años” a fines de junio, en reconocimiento a su trayectoria literaria y su aporte a la cultura nacional, así como el fuerte compromiso político y social que transmiten sus escritos.
Dueña de una vasta y variopinta obra literaria (novelas, cuentos, textos teatrales y artículos periodísticos) de “excelente calidad poética” según reza la resolución de la distinción, Gambaro sostiene que fue una de las pioneras del género femenino en el campo teatral “por estar en el momento y el lugar oportuno”. Sin embargo, afirma que ya hay una primera generación de dramaturgas argentinas nacidas en los ‘60 y ‘70, y una segunda que –a su parecer–- viene con mucho ímpetu. Para ella, el hecho de que formen una generación y no sean experiencias aisladas ha facilitado su inserción en el teatro. “Hoy estrenan a la par de los hombres”, señala.
Afirma que ha sido cruel con sus personajes, pero que con la edad –supera los 80 años-, se ha vuelto más compasiva con ellos. En esta entrevista, habla de su oficio y la relación con su obra, de los escritores que la marcaron, así como de las fuentes en las que abreva para dar a luz un nuevo texto.
¿Podría precisar cuándo se inició en el oficio de la escritura?
Suelo repetir, cuando me lo preguntan, que desde que aprendí a dibujar las vocales y después las consonantes, y supe que se armaban en palabras, y que las palabras se juntaban en frases, fue ahí cuando me di cuenta de que ése iba a ser mi oficio, mi destino, por decirlo ampulosamente.
¿Y cuáles fueron los escritores que leyó con más placer o los que le causaron impresión en su larga carrera como escritora?
Me tendría que remontar a mi adolescencia, esa época en que uno es una esponja. En mi casa leía todo, sin fijarme si era bueno o malo. Leía un poco al azar, ya que no tenía una persona cercana que me indicara que leyera esto o aquello porque era bueno. Salvo en el bachillerato, donde tuve una profesora muy buena y fue una especie de guía. Pero como yo iba a una biblioteca, sacaba al azar lo que me atraía por el título o porque había oído nombrar al autor. Entonces leí a Jack London, Salgari, muchos libros de aventuras, y después, ya con más edad, leí más teatro y novela. Poesía leí menos, hasta que tuve unos 20 años y descubrí a los clásicos del siglo de oro español que son maravillosos. Pero tuve apetitos muy extensos respecto a la literatura. Entonces tanto podía leer a una escritora como Elinor Glyn que hacía historias de amor muy cursis, como a Dostoievski. Y después, por suerte, me fui inclinando más hacia Dostoievski (risas).
Cuando uno lee su obra observa diferentes modos de escribir y diferentes destinatarios, así como obras de teatro, cuentos y novelas, ¿se siente más dramaturga que novelista, o viceversa?
Me siento dramaturga o novelista simplemente cuando tengo ganas de escribir teatro, o tengo ganas de escribir novela o cuento. No tengo ningún conflicto. Ambas escrituras las ejecuto con el mismo placer y con la misma necesidad. Si hablara de una escritura más descansada, entre comillas, sería la escritura para niños o adolescentes en las que creo que hay menos tensión respecto al sentido último de la existencia humana o de los graves conflictos que hay en el mundo. Donde tampoco es una literatura enteramente ingenua pero si es más reparadora. Está ubicada en otro lugar que es mi propia sensación de la infancia.
Con menos angustias digamos…
Claro, la disfruto más y por lo general son textos de mucho humor. Entonces, en cierta manera, es una escritura que no me exige tensiones excesivas.
¿Y quién es su primer lector, esa persona a la que le da a estrenar los ojos en su obra?
Por lo general es mi marido o alguna amiga muy cercana. Cuando tiene tiempo mi marido es un lector inteligente y además los primeros lectores nunca ven todo de todo. Hay lectores que son más especialistas en lenguaje y otros prestan atención a diferentes elementos que tiene el libro. Pero siempre necesito esa primera mirada porque trabajo con mucha seguridad y sin ella no se puede trabajar. Uno cree que con ese texto va a trabajar con el mundo. Después, cuando termina, necesita angustiosamente una mirada que le diga si es bueno o malo. Siempre esa primera mirada, por lo general, es la de mi marido. No implica que esté de acuerdo con las cosas que me diga, pero sí creo ser una persona conciente, de manera de poder apartarme. Porque es muy necesario tener distancia crítica con el propio texto y leerlo con una mirada desconocida. Y a veces, mostrar ese texto, hace que cuando uno lo relea tenga los ojos del otro y tenga mayor distancia.
¿Qué aspectos de la sociedad de hoy le inquietan y de alguna manera le hacen pensar en su escritura?
Creo que “La Persistencia” es una obra que es una especie de contestación a eso que me preguntas. Cuando uno termina un trabajo después nunca se presenta inmediatamente el tema, la imagen o la idea para otro. Siempre hay unos momentos de desasociego, de búsqueda inconsciente, de acumulación de material que en un momento dado van a originar una obra distinta o una nueva obra. Pero no lo sé, no le puedo decir lo que me inquieta con vistas a un posible trabajo. Pero me inquieta lo mismo que inquieta a cualquier persona más o menos consciente.
Recorriendo su obra puede verse cómo aborda temas que tienen que ver con ciertos aspectos de la angustia, personajes muy condicionados por ciertos aspectos de la sociedad, la condición humana, la problemática de la mujer. ¿Puede reconocer los cambios en su obra asociados a una modificación de sus intereses o son temáticas que fueron surgiendo?
Creo que simplemente cambié de una mirada muy oscura, que insólitamente se dio cuando era más joven, a una mirada en algunos aspectos más esperanzadora en lo social. Y después, a una mirada que indagaba en las relaciones y en los conflictos humanos. Pero no puedo decir de qué manera fui cambiando porque no es un proceso sucesivo o de menor o mayor. Son como estallidos, saltos, sorpresas para mí misma. ¿Qué es lo que me va a interesar? ¿Qué es lo que me interesa? Como una mujer común me interesa, estoy abierta y me preocupa todo. Pero que eso pase a una obra o cómo va a pasar, no lo sé.
¿Espera que sus textos interactúen con el público, o el lector, modificando algo o alguna situación?
En principio uno trabaja, tiene un material para darle forma. Lo esencial es eso. Corrige, pasa de nuevo, y trabaja sobre ese material. Que suene bien, que tenga sentido, que funcione la estructura -aunque no sea una estructura convencional por supuesto-, y después hará su camino. Y no se sabe muy bien qué camino puede ser. Una vez, por ejemplo, escribí tres piezas breves de teatro que se han representado muchísimo porque casi no tienen escenografía, y para los estudiantes y actores que hacen sus primeras armas son muy fáciles de llevar a escena. Pero cuando las escribía no pensaba nada de ellas. No se puede saber, porque hay piezas en las que uno pone muchas esperanzas y no sucede mucho, y hay piezas que prefiero a otras y sin embargo no han tenido mucha repercusión.
¿Cómo es su relación con su obra?, ¿hay alguna a la que se siente más próxima?
Por lo general escribo y olvido. Hay que olvidar. Uno no puede vivir añorando lo que escribió. Una vez, leyendo “El campo” para una traducción pensé ‘cuánta pasión había en esta mujer’, porque es una obra muy apasionada, pero no la añoro ni es mi preferida. Me gustó comprobar eso. Por supuesto que hay obras que interesan menos porque hay otras que son más ambiciosas. A mí, en novela me gusta mucho “Después del día de fiesta” porque es más ambiciosa que “El mar que nos trajo”, pero eso vale para mí no para el lector.
¿Cómo conjuga los terrenos de la ficción y realidad en sus escritos?
Diría que soy una autora poco intelectual. Es decir, hay autores donde el desencadenante es más intelectual. Soy más terrena. Estoy muy conectada con las cosas que pasan a mí alrededor, con lo que toco, como, vivo. Pero no sé hasta qué extremo eso se integra con una obra. Eso lo tiene que decir el lector o el investigador. En mi caso siento que hago un trabajo, con constancia, tratando de que salga lo mejor posible, que sea verídico, que sea noble, pero me cuesta reflexionar sobre lo que he escrito, lo que he hecho. En el fondo, la imagen pública que tengo –porque un escritor que más o menos trasciende tiene una imagen pública-– me cuesta asociarla a la persona que está en mi casa, que atiende las tareas domésticas, los perros, los nietos, y que trabaja en un estudio donde se vuelve alguien que imagina y que escribe.
Ha recibido reconocimientos de distinta índole y de diversas instituciones, entre ellas de universidades de gestión pública, ¿cuál es su opinión respecto al rol que cumple la Universidad Pública en la formación del campo artístico?
Guardo un enorme orgullo por las Universidades Públicas en la Argentina. Creo que proporcionan la herramienta para una actividad artística lo que no es poco. Es decir, preparan el terreno de cómo se instrumenta o se puede instrumentar técnicamente una obra. También crean el contorno cultural de conocimiento que puede rodear a esa obra. Me parece importantísimo. Ahora, hay una parte que ningún maestro, ninguna universidad, puede llenar, que es el compromiso del alumno o del que concurre a un taller, para darle dimensión a esa obra. Ése es un asunto puramente individual, donde cada uno tiene que indagar en lo que le ha dado la Universidad y usarlo lo mejor posible.
Esta entrada no tiene categorías.Fecha de publicación: 19 julio, 2012