Kornblihtt: “Creo más en el compromiso social del científico que en la importancia social de su tema de investigación”

El reconocido biólogo molecular argentino concibe el trabajo del investigador como “parte de una militancia”, y asegura que los científicos deben asumir el compromiso con la sociedad que financia la posibilidad de hacer ciencia. En esta entrevista, Alberto Kornblihtt analiza la realidad actual de la ciencia argentina, las tensiones entre la investigación básica y aplicada, el debate alrededor del vínculo entre el sistema científico y productivo, y el rol que debe asumir el Estado en ese proceso. [17.09.2014]

Leandro Groshaus

Por Leandro Groshaus
Redacción UNCiencia
Prosecretaría de Comunicación Institucional – UNC
lgroshaus@unc.edu.ar

Alberto Kornblihtt es uno de los biólogos moleculares más importantes y prestigiosos del país y el mundo. Definido alguna vez como “el Messi de la ciencia”, es un referente internacional acerca de los mecanismos que regulan el modo en que un gen produce más de una proteína (splicing alternativo). Obtuvo su título de grado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se doctoró en Química en la Fundación Campomar. Realizó luego un posdoctorado en la Universidad de Oxford. Actualmente, es profesor titular en la UBA e investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

Su trayectoria científica le ha valido numerosas distinciones y reconocimientos, entre ellos la Beca Guggenheim, el premio Konex de Platino, la medalla Investigador de la Nación 2010 y el premio Houssay por su trayectoria en Química, Bioquímica y Biología Molecular. Actualmente es miembro de consejos científicos de institutos de investigación de Italia, India, Sudáfrica y Uruguay, y forma parte del Comité Nacional de Ética en la Ciencia y la Tecnología.

Estuvo en Córdoba recientemente para participar del 16º Congreso Internacional de Fotobiología que se desarrolló con sede en la Universidad Nacional de Córdoba y en ese marco dialogó con UNCiencia sobre la realidad actual de la ciencia argentina, las tensiones entre ciencia básica y aplicada, el debate alrededor del vínculo entre el sistema científico y productivo y el rol que debe asumir el Estado en ese proceso.

¿Cómo evalúa la situación actual del sistema científico argentino?

En mi historia como científico –desde becario, hasta investigador superior del Conicet y profesor titular– nunca he vivido un periodo donde la ciencia estuviera tan presente en el discurso de un gobierno. Algunos podrán decir que fue solo propaganda, pero lo cierto es que ese discurso estuvo acompañado por medidas palpables: la construcción de nuevos edificios, los programas para reincorporar a científicos que se habían ido a trabajar al extranjero, la apertura sistemática y anual de la carrera en Conicet y de las becas de doctorado, así como una cierta regularidad en el otorgamiento de fondos para investigación. Todas esas medidas son muy positivas. Obviamente tenemos algunos temores, por ejemplo que, a raíz de algunas restricciones, sobre todo en los últimos meses, pueda peligrar la continuidad de algunas líneas de financiamiento comprometidos a créditos internacionales. El otro temor es que, teniendo en cuenta las elecciones de 2015, si gana una fuerza política distinta al actual gobierno no se le dé continuidad a la política científica y se vuelva atrás. Creo que todos los científicos, más allá de las distintas ideologías, pensamos que sería bueno que todas las políticas desarrolladas en el ámbito científico, se reafirmen como políticas de Estado, y no solo como acciones de un gobierno en particular, porque creemos que la ciencia y la tecnología contribuyen al desarrollo de un país, pero también a la generación de un pensamiento crítico, no esquemático, que promueve las capacidades de nuestra Universidades Públicas, que son muy buenas. En ese sentido, esperamos que estas políticas se sostengan y no venga alguien a mandarnos de nuevo a lavar los platos.

¿Existe una deuda pendiente en nuestro país en torno a la vinculación de la ciencia con el aparato productivo?

El conflicto entre la ciencia básica y la ciencia aplicada es un poco ficticio. Comienza a ser un poco tensionante cuando se pretende que todo vaya para un lado o el otro. Lo que se debería crear son oportunidades para quienes tienen mayor facilidad en lograr que su investigación tenga una relación con el mundo productivo, pero también respetar que existan otras formas de generación de conocimiento y temas que no deban disfrazarse de nada para justificar su existencia. En los últimos años, los mejores ejemplos de patentes de aplicación, surgieron de los mejores laboratorios de investigación básica. Puedo nombrar a Gabriel Rabinovich, egresado de esta universidad, a Raquel Chan, que trabaja en Santa Fe, y Nestor Carrillo, en Rosario. Son grupos de fuerte investigación básica que, a raíz de haberse planteado buenas preguntas de investigación, lograron relaciones con el mundo productivo. Creo que las tensiones van a surgir, pero de ninguna manera eso se resuelve reconvirtiendo al investigador básico en un investigador que haga puesta a punto de técnicas aplicadas. 

Usted marca la necesidad de recuperar la centralidad de la investigación básica, pero al mismo tiempo advierte que es necesario un sinceramiento en la forma de hacer investigación. ¿A qué se refiere específicamente?

Es un sinceramiento doble. Por un lado, no disfrazar de aplicado algo que no tiene aplicación y que no tiene por qué tenerla, y sí preocuparnos más por la calidad original de las preguntas que nos hacemos. Por otro, que quienes se comprometen y logran fondos para hacer ciencia aplicada, cuando llegue el momento de rendir cuentas, los resultados tengan relación con lo que inicialmente dijeron que iban a hacer.

¿Cómo se logra ese sinceramiento? ¿Es una tarea exclusiva del investigador o del sistema científico?

En épocas de mucho menos financiamiento de la ciencia argentina, era moda entre los bioquímicos que para conseguir fondos había que trabajar con el Trypanosoma cruzi, agente causal del mal de Chagas. Pero pasaba que las preguntas que le hacías al Trypanosoma eran las mismas que le podías hacer a una levadura o a una célula animal en cultivo, entonces las chances de que respondiendo a esas preguntas pudieras curar el Chagas eran ínfimas. Esto se relaciona con la idea de que gran parte de las injusticias, de los problemas sociales, no necesitarían de la ciencia para resolverse. En este caso, lo dicen los propios epidemiólogos que se ocupan del Chagas: si se invirtiera más plata en eliminar los pisos de barro y los techos de paja, se reduciría mucho más el Chagas que lo que se puede lograr con los miles de papers publicados sobre esa enfermedad.

Una forma de sinceramiento sería decir, por ejemplo, que a mí me interesa investigar cómo se sintetiza una proteína en los ribosomas y, si es original, no importa si lo hago en un Trypanosoma cruzi, en un levadura, o en una célula humana en cultivo. Es la pregunta la que vale. A menos que la pregunta que haga esté directamente relacionada con la patogenicidad del parásito, entonces ahí sí tiene sentido. Pero si voy a investigar un mecanismo ya conocido en los animales, para ver que tan pequeñamente diferente es en el parásito del Chagas, ahí estoy disfrazando lo que hago.

Otro tema en discusión son los modos de articulación de las universidades con el sistema productivo, que siempre fueron muy complejos o polémicos…

En general, prefiero que los vínculos se establezcan con el aparato productivo estatal o con los entes estatales, como por ejemplo la producción pública de medicamentos. Me gustaría que hubiera tres o cuatro grandes iniciativas estatales que sirvan de impulso al sistema universitario y del Conicet a la producción. En ese sentido la empresa mixta “Y–TEC” creada entre el Conicet e YPF, me parece una iniciativa muy auspiciosa, porque es un buen ejemplo de cómo una empresa estatal –que obviamente tiene fines comerciales– genera un instituto de investigación en articulación con el Conicet para avanzar en desarrollos relacionados con la actividad de la empresa. Esa fórmula me encanta.  
Por lo otro, es muy difícil que esa pretendida transferencia se logre simplemente con tentar a la comunidad científica a que dejen lo que están haciendo y se pongan a hacer otra cosa. Es muy lindo decir que la innovación a partir de la ciencia y la tecnología va a producir más empleo, pero el investigador no puede tener en la cabeza que su objetivo es producir más empleo, ese no puede ser su objetivo. Por otra parte, entiendo que el Conicet, el INTI, el INTA y la Conea discutan esto, pero una facultad de ciencias –sea de sociales, naturales o exactas– no debe tener como objetivo generar empresas. No soy muy partidario de que la universidad tenga que encontrar un nuevo paradigma hacia la transferencia. Creo que la transferencia va a ocurrir, tiene que haber centros de articulación. Pero el sentido de las facultades de ciencias no es quedarse en sus torres de marfil, sino salirse del estamento universitario y bajar a la secundaria, al primario y al jardín de infantes. Deben, principalmente, producir investigación básica que mantenga alimentada la enseñanza de la ciencia. Esto que voy a decir puede sonar muy molesto pero creo más en el compromiso social del científico que en la importancia social del tema de investigación de ese científico; en su compromiso con la sociedad que lo financia. El compromiso social del investigador o el docente es parte de una militancia, no es una militancia tradicional en un partido político, pero es un compromiso con su sociedad.

En estos últimos años se amplió considerablemente el número y monto de las becas de doctorado que otorga el Conicet. Sin embargo, se comienza a apreciar que las posibilidades de inserción de esa cantidad de doctores hoy no estaría resuelta…

Veo algunos problemas. Por un lado, es una crisis de crecimiento porque el sistema abrió el número de becas hace unos años y hoy tenemos a gente muy capacitada y obviamente la entrada al Conicet, por más que aumente el número de puestos, nunca puede absorber a todos. Por otro lado se está dando un fenómeno que podemos llamar “la inflación de la nota”, por ejemplo, que quede gente afuera con 95 puntos. Eso además ocasiona que, al existir diferencias de décimas en el puntaje, aumenta considerablemente el error estadístico. Y el problema más importante es que realmente no existen otros estamentos, ni en la actividad privada ni en la pública, que puedan absorber personas con experiencia doctoral. Ahí hay un problema serio, porque no solamente es el mundo privado, o las otras instituciones científicas del país como el Inti, Inta, Conea. Las universidades están saturadas en sus cargos docentes, entonces tampoco pueden absorber muchos doctores. Sin embargo hay un sector que debería ser un demandante de doctores, además de las empresas públicas: el sector estatal, la administración pública, y no veo que la administración pública, tanto nacional como provincial, se preocupe por incorporar a su plantel a gente doctorada. Eso está mal, porque en el proceso de formación de un doctor se aprenden muchas cosas que no necesariamente sirven para la investigación: se aprende a estudiar, a leer, a escribir en inglés, a frustrarte, a pensar y resolver problemas. La administración pública en muchas provincias argentinas es el principal empleador y no estaría nada mal que para algunos puestos jerárquicos solicite a doctores.

Recursos   |   Descargar las fotografías en alta resolución