La polinización y los amores fallidos de primavera

El mayor amor y desprecio hacia la primavera pueden encontrarse en un insecto o, al menos, en un par de ellos. Y esto no es de ahora. La obsesiva relación entre plantas e insectos comenzó –si es posible precisar un origen– hace millones de años, lo suficiente como para que las primeras pudieran desarrollar flores y los segundos, alas, entre otras cosas.

Por Nicolás Rocamundi y Constanza Maubecin
Biólogos – Laboratorio de Ecología Evolutiva y Biología Floral
Instituto Multidisciplinario de Biologia Vegetal (Imbiv) |UNC-Conicet

En todo ese tiempo, ambos se han declarado la muerte al mejor estilo Montescos y Capuletos. En algunos casos, se dieron la espalda y cada uno evolucionó por su cuenta. En otros, pactaron rigurosos acuerdos con el fin de perpetuarse de alguna manera.

Estos pactos son los que rebozan en primavera por estas latitudes. La persuasión se hace pétalos y estambres, se hace néctar. El Homo sapiens se desvive ante las flores, crea industrias en torno a ellas, las quiere hasta para sus muertos. Entonces, ¡cómo no van a buscarlas los insectos y otros animales, si las fuerzas evolutivas a lo largo del tiempo han generado colores, olores y sabores para ellos!

Con todo esto, enseguida se nos viene a la cabeza ese título de la señorita de ciencias de quinto grado: “La polinización cruzada”. ¡Qué osadas esas maestras pretendiendo enseñarnos millones de años de evolución en tres palabras! Pero qué culpa tienen ellas de que en la naturaleza las plantas se anden cruzando, usen a los animales, e incluso al viento y el agua para ayudar a reproducirse, ¡y que encima los científicos le pongan nombre a todo!

Por suerte, en esta era digital las cámaras lo han captado casi todo y una imagen vale más que mil palabras. Díganselo a Darwin, que allá por 1862, observando a una particular orquídea –cuyo tubo floral es el más largo de todas las flores que se conocen–, predijo que seguramente existía allí, en Madagascar, un polinizador con una “lengua” tan larga como la del tubo de esa flor.

En aquel momento, la comunidad científica se burló de él, ya que no se conocía semejante ser vivo. Pero en 1903,  dos décadas después de su muerte, se observó por primera vez a una polilla que cumplía exactamente con esa característica. Fue bautizada como “la polilla de Darwin”, en su honor. Más tarde, National Geographic se encargaría de la parte cinematográfica.

En las olimpíadas de la extravagancia, no cabe duda de que las orquídeas obtendrían la medalla de oro. No solo por la belleza y la configuración de sus flores, sino también por las sofisticadas relaciones que exhiben con sus polinizadores.

El caso más curioso es el de las orquídeas australianas, del género Cryptostilis, cuyas flores se han modificado de tal manera que en su conjunto se asemejan al cuerpo de una avispa hembra.

La historia no termina ahí, porque el polinizador de esta orquídea es, justamente, una avispa. Y ¿adivinen qué? Los machos de estas avispan son alados, pero las hembras no.

Para copular, el macho busca a la hembra que, posada en el punto más alto de alguna planta, espolvorea sus feromonas al aire para indicarle su ubicación exacta. Este la llevará volando pegada a su cuerpo, mientras se efectúa la cópula. [Aquí debería venir el emoticón que se asombra hasta la médula, pero la historia sigue].

Pero la flor de la orquídea no solamente modificó su forma para asemejarse a la hembra de la avispa, sino que también desarrolló la capacidad de generar compuestos volátiles muy similares a las feromonas que producen las hembras de esa especie.

Los machos son los primeros en emerger de sus pupas, al inicio de la temporada. Las hembras lo hacen un poco más tarde y la orquídea lo sabe. Desesperados, estos machos ingenuos van en busca de esa hembra perfumada que, en realidad, resulta ser una flor. Aun así, el macho poseído por las fragancias aterriza en la flor e intenta copularla a toda costa. En ese frenesí, se bambolea en forma de vaivén y los polinarios de la orquídea (los paquetitos de polen) se adhieren al cuerpo de la avispa macho.

Tras varios intentos fallidos, la avispa macho renuncia y se aleja volando, con polinarios adosados, en busca de otra “hembra” y, engañado nuevamente, va hacia otra flor. Completa así esta intrincada relación que es conocida como polinización por pseudocópula.

Pero para la avispa macho también hay un final feliz: cuando por fin aprende que las flores de la orquídea son solo eso, llega el momento en que las hembras de su especie emergen.

Si ya estás pensando en viajar a Australia, te diremos que te detengas ahora mismo, ahorres unos pesos y viajes a Tandil, donde tenemos nuestra propia orquídea polinizada por pseudocópula y nuestra propia avispa pseudocopuladora.

En la misma ciudad de Córdoba hay montones de oportunidades para observar flores y polinizadores. Eso sí, debemos saber que, para que estas interrelaciones entre flores y animales ocurran, debemos dejarles al menos un pedacito de verde entre todo el asfixiante cemento que tanto nos gusta.

La famosa plazoleta de La Gota, en Ciudad Universitaria, que ha sido tristemente célebre tras haber sido quemada, es un gran espacio en el que existe un verdadero ecosistema nativo, donde cada primavera ocurre un banquete biológico que en pocos lugares urbanos se puede ver. Esto sucede gracias al incansable trabajo de ecólogos restauradores de la UNC y de muchas otras personas.

Especies autóctonas como el espinillo (Acacia caven) ya se anticiparon a la primavera y, llenos de inflorescencias de pompón amarillo, invitan a cientos de abejas a buscar su néctar con un perfume exquisito. Esta planta ofrece una recompensa genuina, como alimento para sus polinizadores, logrando que su polen viaje adosado a los pelos del cuerpo de los insectos hacia el pompón de otros espinillos.

En este lugar, en algún tocón o abrazada al tronco de otros árboles, reposa la sacha huasca (Dolichandra synanchoides), una enredadera cuyas flores en forma de trompeta y de un vistoso rojo-fucsia enamora colibríes.

También convive allí otra enredadera de flores tramposas, la flor de patito (Aristolochia argentina), cuyo mecanismo de polinización incluye el secuestro de pequeñas moscas dentro de sus flores durante casi dos días. Las moscas llegan atraídas por olores volátiles que produce la flor, que se asemejan al de los tejidos de animales en descomposición, donde estos insectos suelen poner sus huevos.

A diferencia de la sacha huasca o el espinillo, la flor de patito no ofrece ninguna recompensa a sus polinizadores, sino que engaña a las moscas con una señal olfativa que resulta ser una farsa, como en las orquídeas polinizadas por pseudocópula.

Esa planta, además de andar engañando moscas, lucha contra los herbívoros que quieren alimentarse de sus hojas y tallos. Se trata nada más y nada menos que de esas grandes mariposas negras y amarillas que pululan en primavera.

Antes de ser poesía alada, estos insectos son larvas sin gracia dedicadas a devorarlo todo. Son tan voraces que la flor de patito ha desarrollado un arma química para detenerlas: el ácido aristolóquico.

No obstante, las larvas de estas mariposas se han valido de mecanismos para administrar este tipo de sustancias sin sufrir las consecuencias. De esta manera, comen, reservan y continúan alimentándose y guardando, ahora en sus pupas, hasta transformarse en flamantes mariposas que contienen en el interior de su cuerpo ácido aristolóquico, un arma química que les servirá ante cualquier predador. Así se las arreglan contra el mundo.

Ojalá La Gota, este pequeño gran pedazo de bosque nativo, se recupere pronto y la primavera sea una verdadera fiesta para todos, y por las noches salgamos a brindar con un buen tequila.

Posdata: El tequila, además de ser una bebida con una alta graduación alcohólica y de estar prohibida para menores de 18 años, se obtiene del ágave (Agave spp.). Se trata de una planta que se asemeja a un aloe vera gigante, tarda entre siete y treinta años en florecer y, luego de eso, muere. Pero antes de fallecer carga sus flores con mucho néctar, del cual beberán murciélagos, los únicos capaces de polinizar a estas especies.

Murciélagos (Leptonycteris curasoae) alimentándose del néctar de las flores del ágave.