La gripe causó 15 mil muertes en Argentina hace un siglo

Sucedió en el marco de una pandemia global. En el país, el impacto fue mayor en las provincias del norte y Cuyo. Elevadas tasas de analfabetismo, sistemas sanitarios heterogéneos y fragmentados, entre los factores por los cuales la enfermedad produjo mayor cantidad de decesos en el interior. Los roles del Estado, la iglesia y los medios de comunicación. [01.06.2016]

Por Mariana Mendoza
Colaboradora UNCiencia
Laboratorio de Hemoderivados – UNC
mariana.mendoza@unc.edu.ar

Entre 1918 y 1919, se cernió sobre el planeta una de las más importantes pandemias de gripe. Murieron aproximadamente 50 millones de personas en el mundo. Fue conocida como “La dama blanca” o “Gripe española” y se trató –como en 2009– del tipo H1N1. Tuvo un impacto muy profundo en Argentina: provocó 14.997 casos fatales. En dos años, esta enfermedad pasó de generar el 0,7% de las muertes en 1917, al 20,7% en 1919, con lo cual se convirtió en una de las principales causas de deceso en el país.

Adrián Carbonetti, historiador y demógrafo del Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (Ciecs) dependiente de la UNC y Conicet, estudió junto a su equipo esta pandemia desde un enfoque social de la salud y la enfermedad. Esta perspectiva, además de contemplar el abordaje cuantitativo que aportan las estadísticas, incorpora distintas miradas de un mismo fenómeno. “En ese núcleo confluyen lo político, lo social, lo económico, lo cultural y lo epidemiológico. Uno puede ver una sociedad a partir de una enfermedad o por lo menos una sociedad en crisis, como en el caso de las epidemias”, explica Carbonetti, quien también se desempeña como docente del Centro de Estudios Avanzados.

Para comprender lo ocurrido con la Gripe española, hay que situarse en la Argentina de principios del siglo XX, con la llegada del radicalismo a la presidencia de la Nación, un sistema económico basado en el modelo agroexportador, una sociedad con un fuerte componente inmigratorio y con los ecos de la Reforma Universitaria de 1918.

Los caminos de la gripe

La enfermedad ingresó al país en 1918 por el puerto de Buenos Aires y avanzó en dos oleadas. Primero se propagó hacia el norte del territorio, entre octubre y noviembre de ese año. Y permaneció latente hasta el invierno de 1919, cuando comenzó a descender desde Salta hacia las provincias del centro y sur. Según el Departamento Nacional de Higiene, la primera oleada provocó 2.237 muertes, mientras que la segunda tuvo un mayor impacto: 12.760 casos fatales, la mayoría de ellos en las provincias del norte y Cuyo.

Un dato a considerar es que por entonces las actuales provincias de Misiones, Formosa, Chaco, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego eran consideradas territorios nacionales, por lo que se carece de datos poblacionales y epidemiológicos de ellas.

Para Carbonetti, la realidad desigual de los sistemas sanitarios del interior –heterogéneos y fragmentados–, junto con las diferentes condiciones socioeconómicas de cada provincia, configuraron el terreno propicio para que la gripe impactara más en el norte del país que en el centro y el litoral en general, en términos de mortalidad.

El director del estudio considera que es posible establecer una relación entre las altas tasas de mortalidad, los elevados índices de analfabetismo y la esperanza de vida al nacer, todos indicadores de las condiciones de vida de la población. Un análisis similar merece la cantidad de médicos por provincia, ya que en ausencia de datos que permitieran ponderar cuantitativamente las condiciones de los sistemas sanitarios, los investigadores tomaron el número de doctores cada mil habitantes como un indicador de la capacidad de atención sanitaria. “Las tasas de mortalidad más altas se dieron justamente en las provincias que contaban con menor cantidad de médicos”, sostiene.

La epidemia, momento de crisis

Los datos registrados en los Anales del Departamento Nacional de Higiene, junto con el análisis de contenido de diarios y publicaciones de la época permitieron a los investigadores aportar otras miradas acerca de la epidemia como un momento disruptivo social y culturalmente.

En este camino, se centraron en tres ciudades con distintas condiciones políticas, económicas, sociodemográficas y grados de laicización bien diferenciados. Por un lado, Buenos Aires, la más rica y cosmopolita de Argentina, que en ese entonces ya presentaba una fuerte densidad poblacional ligada a un crecimiento migratorio.

Por el otro Córdoba y Salta. La primera, devenida en puerta de entrada del comercio entre la región pampeana y la del noroeste, con una sociedad que si bien había recibido componente inmigratorio, aún mantenía características conservadoras. La segunda, “aislada del modelo de crecimiento que se había generado a partir de 1880, se encontraba caracterizada por la fragmentación social, junto con la existencia de sectores dominantes esencialmente conservadores”, explicita Carbonetti en uno de sus trabajos.

Para los investigadores la epidemia puso en jaque “tanto al Estado como a los médicos, quienes demostraron cierta incapacidad y desconocimiento acerca de las medidas que debían ser tomadas para combatirla con éxito, por las propias incertidumbres médicas del momento”. Si se tiene en cuenta que cada provincia, a su vez, determinaba sus propias políticas a través de sus respectivos Consejo de Higiene, el escenario cobraba mayor complejidad.

En Buenos Aires, por ejemplo, en septiembre de 1918 el Estado sostenía un discurso de benignidad de la gripe que guardó poca relación con las medidas que se tomaron al mes siguiente, cuando la epidemia llegó al puerto de la ciudad capital. Entre los médicos, a su vez, también había opiniones encontradas sobre su tratamiento y desarrollo, si se trataba de un virus nuevo o era la misma gripe que aquejaba cada año a la población. Así lo reflejan los debates suscitados en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires.

En este contexto, se prohibieron los espectáculos públicos y el ingreso a los cementerios. Se estableció que los cafés, bares, confiterías y burdeles debían cerrar a las 23 horas. Se desinfectaron todos los templos sin distinción de culto; y se suspendieron las actividades en los establecimientos educativos, tanto públicos como privados. Los enfermos que llegaban por vía marítima al puerto de Buenos Aires eran derivados a la isla Martín García.

En mayor o menor grado, estas medidas generaron descontento en ciertos sectores. Es que mientras se prohibían los espectáculos públicos y se acotaba el horario de cafés y bares, las iglesias debían desinfectarse pero permanecían abiertas y la actividad de los talleres industriales se mantenía intacta. Sin embargo, fueron los ciudadanos los que reaccionaron, ya fuere quienes frecuentaban locales nocturnos, que protagonizaron una protesta callejera y se declararon en rebeldía, o la multitud de mujeres y niños que se agolpó en las puertas de los cementerios el día de los muertos.

En Córdoba y Salta, los investigadores pudieron apreciar la fuerte impronta eclesiástica, en particular durante la segunda oleada de la epidemia, en el invierno de 1919. En ambas ciudades la iglesia promovió la realización de procesiones aun cuando desde los distintos niveles del Estado se llamaba a evitar las aglomeraciones de gente. Estos hechos ponían en evidencia las diferentes concepciones de salud y enfermedad sostenidas desde la Iglesia y el Estado. Mientras el primero formulaba políticas públicas acordes a los conocimientos médicos de la época, la iglesia sostenía el discurso de que la epidemia era un castigo divino frente a los pecados de la población.

La crisis que reflejaron los medios

Carbonetti y su equipo también analizaron el tratamiento periodístico que los diarios La Nación, La Voz del Interior y Nueva Época dieron a la epidemia y sus repercusiones. Observaron que cada diario utilizó la enfermedad para oponerse políticamente al gobierno nacional, provincial o municipal. “Así como la H1N1 fue utilizada en términos políticos en 2009, la Gripe española también fue aprovechada por la oposición o por los mismos diarios”, afirma Carbonetti.

Para los investigadores, los tres periódicos utilizaron la epidemia para desarrollar una oposición política con el propósito de generar una opinión contraria al gobierno. “Aunque el discurso estaba centrado en la epidemia, tenía como finalidad imponer en la opinión pública una mirada de ineficacia, de indolencia e ineptitud, que no sólo se circunscribía a la enfermedad sino a los desafíos futuros de los gobiernos, en todos los casos radicales, en todos los niveles del Estado”, apunta el investigador.

El análisis realizado muestra que mientras La Nación generaba una crítica sutil hacia el gobierno radical (nacional y municipal), haciendo hincapié en las contradicciones entre el discurso y las medidas adoptadas; La Voz del Interior arremetía con menos delicadeza en contra del gobierno provincial, acusándolo de electoralista, ineficiente y corrupto, frente al trabajo desinteresado de la municipalidad de Córdoba. El diario Nueva Época, en tanto, criticaba por igual al gobierno nacional, provincial o municipal.

Historia Social de la Salud y la Enfermedad
Director | Adrián Carbonetti.
Equipo de investigación | Dolores Rivero, María Laura Rodríguez, Lila Aizemberg, María Marta Andreatta, y Gastón Rizzi.
Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (Ciecs) dependiente de la UNC y Conicet.
Publicaciones
Publicidad de medicamentos y otras yerbas

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La Nación y la revista Caras y Caretas promocionaban desde alcanfor, sales de quinina, desinfectantes, “Cachet Fucus”, inhaladores de mentol “Po-Ho” y té de los Andes, hasta mesas para enfermos “Veni Vidi Vici” y calefones “Volcán”.

Las publicidades tenían, muchas veces, el formato de un artículo periodístico. Ponían el énfasis en aquello que pretendían prevenir, tratar, curar o aliviar, pero raramente recomendaban consultar al médico o concurrir a los hospitales.

En Córdoba, el diario Los Principios aconsejaba por un lado abstenerse de consumir alcohol mientras publicitaba un vino quinado y recomendaba tomar una copita en las comidas, avalado por el prestigio de dos médicos de la época: Calandrelli y Nores. Otra publicidad de este periódico aconsejaba tomar agua mineral “Anizacate” para prevenir el contagio.

De esta manera, los diarios y revistas fueron no sólo la tribuna desde donde se apoyó o se condenó el accionar del Estado, sino también se instituyeron como promotores de la automedicación.

Gripe, virus con marca personal

De este modo, cada año los referentes de los centros nacionales e internacionales de Influenza distribuidos en diferentes puntos del planeta se reúnen para definir la que será la formulación de la vacuna antigripal del año próximo. Se realizan dos encuentros, uno para el hemisferio sur (septiembre) y otro para el norte (febrero). ¿Por qué? Porque las cepas que circulan en el sur suelen ser diferentes a las que circulan en el norte, e inclusive presentan particularidades regionales en un mismo hemisferio. Otro aspecto interesante es que, en regiones tropicales cada país puede decidir si aplica  la vacuna formulada para hemisferio norte o sur, hecho estudiado también por la Red Global de Vigilancia de Influenza de la OMS.

Jorge Cámara, responsable del Centro Nacional de Influenza para la Organización Mundial de la Salud (OMS) radicado desde 1964 en  la UNC, explica que el virus de la gripe, como ningún otro, tiene la particularidad de que su vacuna debe ser reformulada periódicamente debido al alto grado de mutación que presentan los virus de la influenza, en particular los del tipo A, la fórmula vacunal cuenta con dos tipos de virus A y uno de tipo B.

En tren de despejar dudas hay que aclarar que decir Gripe A y H1N1 no son sinónimos. Además de la AH1N1, actualmente también circula la Gripe A H3N2. Es decir que hay distintas versiones del mismo virus. ¿En qué se diferencian? Por las proteínas o hemaglutininas (H) y las enzimas o neuraminidasas (N) de la superficie viral, contenidas en el paquete genético del virus.

Aparte de la Influenza tipo A, existe la tipología B y también la C. Mientras la Gripe B, al igual que la A, puede provocar complicaciones como neumonías, la tipo C carece de importancia epidemiológica. 

“Solamente el virus A circula en especies animales, en aves acuáticas migratorias se encuentra el reservorio natural desde donde estos virus pueden ir adaptándose a diferentes especies incluida el hombre, hecho que requiere también de vigilancia permanente en el mundo, paralelamente con la vigilancia en humanos, para detectar en forma temprana virus nuevos y poder incluirlos rápidamente en una vacuna”, señala Cámara.